Días atrás comentaba con mi amigo, el cineasta Juan Carlos Martín, el despropósito que lleva a algunas personas a intentar o siquiera pensar que es posible o necesario excluir obras de la literatura o del arte que contengan pasajes de incorrección política, malicia sexual, o lenguaje promiscuo y mal portado: corregir novelas, por ejemplo, que atenten contra los “nuevos valores” de un actual fascismo policiaco que se halla a la búsqueda de obras que pregonen el bien y la corrección en asuntos como el género, las pasiones humanas más detestables y los exabruptos de la imaginación. Y me pregunto, ¿Qué significa el bien en el arte? No existe algo así como el sentido verdadero en el texto, sugirió Paul Valery; y para cualquiera que haya leído Obra abierta, coincidirá en que los libros y sus signos lingüísticos, sus símbolos, son un estímulo para imaginar, pensar, e inventar el sentido o el mensaje desde nuestra libertad y pericia como lectores. No hay obra cerrada, dictadora del mensaje o la verdad, sostener lo contrario es sólo un absurdo sueño del comisario y del censor. El censor y la censora son sujetos indeseables y, ellos sí, amantes de la vida retrógrada. Lanzo ahora una premisa o principio: el artista tiene la posibilidad y la exigencia de crear objetos sin importar a quién puedan ofender, molestar, irritar, escandalizar y más allá de detenerse a pensar si su contenido es violento, transgresor, incorrecto o molestará al público susceptible, al comisariado del arte y, sobre todo, al ejército sin cultura que marcha en apoyo a la dictadura moral. Hay que luchar contra ellos, no permitirles la quema de libros como sucedió en Berlín en la última gran guerra. No me imagino la literatura sin las obras de Jean Genet, Sade, Philip Roth, Hunter Thompson o Bukowski. Les sugiero leer, sobre todo El teatro de Sabbath, de Philip Roth, y también La última salida a Brooklyn, de Hubert Selby Jr. y Psicosis americana de Bret Easton Ellis. Entre más incorrectas sean sus letras más libre se encontrará el espíritu; y así el arte y la cultura no serán castrados por un grupo de fanáticos que difícilmente están al tanto del conocimiento que nos ofrece la historia, la antropología, la filosofía y el arte. La guillotina se comprende y experimenta en el momento en que la navaja toca nuestro cuello, pero no las palabras, puesto que son símbolos que invitan a la obra abierta, la interpretación y al conocimiento del ser humano. Ojalá los pájaros leyeran estas palabras para que mis libros se diseminaran en los aires y se dispersaran. Yo me dedicaré a leer las obras más cochinas e impertinentes que encuentre, no haré el menor caso de las políticas de género dentro del ámbito literario. ¿Se han percatado de la cantidad de aberraciones publicadas bajo este pretexto? La literatura no es mensaje cerrado ni política impuesta por unas cuantas personas recién iluminadas. Reflexionen y no ensucien la literatura: una de las mayores creaciones del ser humano a lo largo de su historia. Traten de no leer novedades, a no ser que provengan de escritores y escritoras que posean una voz bien fundada y creativa, sin importar el tema.
En fin, a lo largo de mi vida no había escuchado la tontería de hacer a un lado los libros que se hallen en contra de una política cultural impuesta y bárbara (no dudo que la corrección académica y universitaria se encuentre detrás de este dislate: ¡a corregir a los alumnos!) La literatura y el arte no progresan. Me voy, y hurgaré en mis libreros obras bellas y repugnantes, desoladoras y adictivas, transgresoras, lúdicas, impertinentes y que molesten a todos aquellos cínicos fascistas que intentan construir un solo camino para el arte.