Se cometen tantas necedades, arbitrariedades e injusticias en nombre de la corrección política que, en vez de ser esta un recurso eficaz de la cortesía, se convierte, más bien, en herramienta de una nueva barbarie o tiranía. No me constriño sólo a la corrección política, sino también a las trabas que se le imponen al lenguaje, a la imaginación literaria o a la simple opinión o juicio acerca de lo que nos afecta. El absurdo viene cuando se piensa que ser correctos nos lleva indefectiblemente por el camino de la civilización y de la buena convivencia. Es una ingenuidad, aunque se lleve a cabo en nombre de la bondad social y de la buena voluntad. En el diccionario de J. Corominas la etimología de la palabra correcto se remonta a las ideas de gobierno y reinado: regir sobre los demás. De entrada, es desagradable que esta palabra, desde sus orígenes, lleve consigo la tarea de avasallar, someter y reinar; resulta algo molesto o repulsivo para quien aprecie un concepto de libertad más amplio e inclusivo, más inteligente y vasto. Por su parte, sobre la palabra correcto-a, María Moliner, en su diccionario que estudia el uso del idioma español, escribe, siempre perspicaz y sin perder su sentido del humor ni su capacidad para llevar a cabo relaciones extraordinarias entre las palabras y las cosas: “Tiene frecuentemente sentido despectivo, implicando la carencia de otras cualidades, como belleza, gracia, e inspiración”. Han pasado tantos años desde la publicación del diccionario en 1966 que llega a ser sorprendente que el sentido despectivo de esta palabra se haya trocado justo en lo contrario: halago, virtud, ética casi divina. Es una desgracia y un cambio de sentido tan agresivo que, en este orgasmo comunal por lo correcto que vivimos hoy en día, la belleza y gracia, la imaginación y la inspiración —como señala Moliner— hayan languidecido y tengamos que enfrentarnos todos los días a nuevas normas de la corrección disparatadas, anómalas, bestiales, enloquecidas y más propicias a fomentar la barbarie que la conversación vivaz e inteligente. Si uno posee un sentido del humor mordaz o malicioso, incorrecto, es conveniente que se abstenga de hacerlo explícito, ya que puede ser ahorcado con la soga de esta nueva costumbre. La inquisición de la decencia se encuentra alerta a nuestros tropiezos y cuando menos lo pienses ya estarás trepado en un cadalso por haberte referido incorrectamente a otras personas, sean enfermas, de otro color de piel, estatura, sexo y demás. Leyendo las Obras satíricas y festivas, de Quevedo, leo que se ordena a los hombres que al entrar a su casa lo hagan alzando la voz o haciendo ruido para alertar al probable amante de su mujer de su llegada y que así logre esconderse o escapar por donde sea posible. Me causa risa el pasaje a pesar de que es la ordenanza más cándida de las que se encuentran en el libro. La escritura de Quevedo (que estaba cojo, digo, perdón, discapacitado) sería hoy considerada de mal gusto debido a que su humor profanaría la corrección del lenguaje y ofendería al inquisidor.
Sabemos que la cortesía y buena convivencia son indispensables para edificar una sociedad menos brusca y peligrosa; esto es una obviedad. Pero tal civilidad debe ser superficial, es decir provenir de un conocimiento más profundo o amplio de la vida, ser consecuencia de la observación alerta de la historia, mas de ningún modo debería acabar con la gracia, la ocurrencia, la imaginación maliciosa. El correcto bárbaro cree que la corrección es fundamento y no consecuencia, por lo tanto tiende a querer imponer como necesarias sus reglas de la decencia, sea amputando el lenguaje, difamando a otras personas, señalando al incorrecto como a un criminal. El espectro que incluye las acciones correctas es enorme, vastísimo y uno debe saber hacer diferencias: es por ello que son los más desprovistos, brutos o carceleros quienes ahora se levantan como la autoridad que decide lo que es bueno y malo; por ejemplo, confunden el matar a alguien con el simple hecho de ofenderlo o burlarse de él; limitan la imaginación y fortalecen el autoritarismo y el castigo. Si leyeran Dream Police, de Dennis Cooper no dudarían en considerarlo un monstruo de la incorrección. Hace apenas dos décadas ni siquiera me habría imaginado que la llamada corrección política sería el instrumento y causa de una nueva inquisición. Ya no estaré en esta tierra, más espero que en los años siguientes otra generación recupere la libertad perdida y no haga tanto daño pensando que hace el bien.