Escribir sencillamente y hacerlo con claridad llega a despertar desconfianza sobre el conocimiento de quien escribe, o la sospecha de que es superficial: ignorante y frívolo. Filósofos como Rüdiger Safranski, sin embargo, poseen esa característica, saber hacer las preguntas adecuadas sin complicaciones de más. En ¿Cuánta globalización podemos soportar?, el pensador alemán escribe:

“Es indudable que, por lo regular, la cultura de la técnica y la ciencia nos sienta bien, pero también nos proporciona problemas y a veces nos asalta la sospecha de que quizás sería mejor saber menos”. Es natural pensar que el olvido absoluto de las cosas que nos suceden se aproxima bastante a la felicidad: el olvido total. El problema a la vista es, sin embargo, algo más complejo: ¿cómo saber, informarse o comunicarse sin causar atrofias o retrocesos en nuestra vida ética? O más bien, ¿cuánta cantidad de información es suficiente para asimilarla y comprenderla antes de que ésta sepulte nuestra capacidad de discernir? Safranski concluye que la globalización sólo puede llegar a feliz término si no se descuida otra necesidad: la de que el individuo se configure a sí mismo.

La duda o pregunta de lo que es y significa el individuo parece ser también compleja y despreciada inclusive, ya que se le asocia a un egoísmo extremo o a una ausencia de solidaridad vecinal. Se le considera una arrogancia ególatra y un claro desprecio a la santa comunidad. Es un error o una falacia concebir el individualismo de esa manera, ya que para su desarrollo, el individuo, además de cultivar su capacidad crítica, requiere de los acuerdos de libertad sobre los que un Estado (el patrón abstracto) se fundamenta: no sólo todo lo sabemos entre todos, sino que cada uno goza de una libertad limitada por el espacio que los otros construyen para resguardar su intimidad o excentricidad.

La globalización parece ser una especie de viejo humanismo desvirtuado: un vacío y una libertad ilusoria que hace a los seres humanos cada vez más dependientes y menos autónomos. Escribe Safranski: “El pensamiento de Rousseau nos brinda la atractiva oferta de que podemos escapar de la miseria si descubrimos el placer de ser un individuo”. Y en su libro Romanticismo (una idea del espíritu alemán), concluye que si bien el romántico furibundo o individualista extremo es peligroso, su actitud despierta la curiosidad humana hacia lo que es completamente diferente. Creo que esta actitud es ideal para soportarnos los unos a los otros. En su libro (Nietzsche: biografía de su pensamiento), Safranski alude al hecho de que un individuo no debe ni entregarse al dios de la libertad absoluta, lo cual es un sueño guajiro, ni por otra parte ser un autómata, una cosa o un pelele.

El advenimiento de una época glotona de comunicación inútil y anodina es ya una realidad: un siglo lleno de vacío. Sin embargo, no hay que dejarse seducir por las simplezas o los juicios absolutos: más bien uno tendría que afirmarse desde la soledad individual que tiene la necesidad o el privilegio de vivir en comunidad. Eso es lo que reclama Safranski, pero lo expone de manera tan sencilla y en una época en la que el libro ha sido expulsado de la vida cotidiana de los seres humanos, que sus reclamos, como los de tantos otros pensadores, se pierden en un mar de voces y estímulos depredadores que agobian nuestro tiempo: el tiempo en el que ustedes y yo continuamos vivos. Y algo más: personalmente no me parece muy cuerdo sostenerse solamente en la historia —quiero decir en un relato mítico en el que todos debemos creer— para saber lo que nos hace bien o nos hace mal. No estamos aquí, creo, para pagar deudas de tiranos anteriores ni enjuiciar desde el presente qué clase de relato histórico nos conviene (ser marxistas, fascistas, liberales, cristianos, místicos (etcétera).

Por ello, en lo personal, prefiero a Rousseau que a Vico o a Herder: o sea, prefiero el acuerdo social en cualquier cultura o época como propone Rousseau, a la imposición de un relato histórico moral basado en el pasado histórico, sea este religioso, sociológico o filosófico; prefiero el acuerdo entre individuos y ofrecer la mano que respetar las groserías de las culturas depredadoras, fundamentalistas y hostiles (incluyendo a una globalización impuesta que nos convierte en monos). La mayoría desea tan sólo vivir en paz y justamente: ¿es así? Nadie tiene una respuesta. Sólo preguntas.

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