Una joven, a quien le tengo gran afecto me expresó sus opiniones acerca de determinados temas durante una o dos horas. A cierta edad, como la mía, uno se hace más afecto a escuchar que a exclamar sus opiniones o sus sentimientos. Tal vez porque sospecha que en realidad uno sólo habla para sí mismo, de modo que no le ve caso a esforzarse demasiado. Me sorprendió que la joven aludida mantuviera opiniones que fueron comunes a principios del siglo XIX o que se expresara con tanta soltura acerca de determinados temas. Lo que obtuve de aquella charla fue, una vez más, la confirmación de las sospechas que me despiertan actualmente la mayoría de las personas. La primera es la ausencia brutal e insalvable de mínimas lecturas orientadas al conocimiento de lo que uno cree saber. La segunda es la vehemencia y violencia con que son sostenidas tales opiniones. Tres ejemplos me son suficientes para ilustrar mis palabras. Esta persona, por demás adorable, argumentaba que los españoles sólo le habían traido males a México. Sostenía lo anterior plena de rabia y convicción, pese a que yo le citara la obra hospitalaria iniciada por Cortés, o a historiadores como López de Gómara, Fray Diego Durán, Fernando de Alva Ixtlixóchitl y tantos más. Respecto al tema de moda (la Inteligencia Artificial) fui también aleccionado pese a que mi joven amiga no estaba interesada en dilucidar una definición de inteligencia más o menos compleja, ni mucho menos estaba al tanto del problema de la conciencia, de la experiencia individual o de lo que significa pensar. Se empecinó en defender, aun cuando nadie la atacaba, el tópico que reduce la Inteligencia Artificial a problemas lógicos elementales. De nada sirvió que yo intentara, torpemente, referirme a neurólogos, científicos o a filósofos (Rudomín, Greenfield, Chalmers, Nagel, Putnam, etc...) con tal de observar el tema desde varias perspectivas o perfiles. comenzando por el hecho de que ella poseía una idea de inteligencia totalmente distinta a la mía. El tercer tema fue todavía más engorroso puesto que, aunque yo me considero feminista, ella no aceptaba ninguna de mis objeciones a la segregación sexual y al extremismo político. Fue un desperdicio intentar bosquejar la historia del feminismo, principalmente la que tuvo lugar durante el siglo veinte, o referirme a decenas de escritoras que han marcado la historia de la cultura de nuestro tiempo y lo continúan haciendo.

De ninguna manera me considero un educador, ni mucho menos un sabio en algunos temas —ustedes se darán cuenta del desprecio con que se me trata en las instituciones colegiadas—, sólo que estoy cierto, como lo estaba Walter Benjamin, que la dispersión es también un método de conocimiento, ya que todo se halla ligado con todo y, por fortuna, los escritores tenemos la oportunidad de referirnos a distintos temas no para enseñar, sino para aprender. El mundo de los expertos no me interesa personalmente, mas es necesario si uno quiere conocer a fondo determinados aspectos del mundo a pesar de que uno se torne sumamente ingenuo en otros. El conocimiento sí que es en verdad una red en todos los sentidos, a diferencia de la comunicación que lo simula, o de la Inteligencia Artificial que también simula, pero no sustituye a la inteligencia humana.

Diré finalmente que después de conversar con mi joven amiga —sé bien que la amistad es una ilusión o una relación perecedera—, se me reveló nuevamente el daño terrible que la industria del entretenimiento ha causado en la población sin que nadie logre detener la metástasis intelectual a la que esta ha dado lugar. La educación se halla ausente incluso en los centros educativos de mayor grado. No será posible ninguna clase de progreso ético, económico o cultural a partir de los insultantes grados educativos en los que se mantiene a la considerable porción de la sociedad que no puede pagar estudios de mayor envergadura. Eso es un crimen, y yo no lo olvido. No lo olvido porque lo ratifico en la vida cotidiana a toda hora. Me avergüenza y entristece ser testigo del desaliño educativo de los jóvenes y adultos en este país a la deriva. Ignorancia y violencia, he allí la manera con que responden estas personas abandonadas a su suerte cuando desean expresar sus opiniones o dudas. Mientras podamos hay que compartir con ellas nuestro conocimiento, por débil que sea, alentar la conversación, cultivar la diferencia, sugerir lecturas, empujarlos a caminar, hacerles ver que no están condenados a este mundo de indiferencia y desolación. Hacerles ver que existe algo más que entretenimiento, teléfonos y aplicaciones.

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