La corrección política es una de las tantas formas con las que uno designa al buen comportamiento. Creo que a nadie le es ajeno el hecho de que le hayan exigido tener buen comportamiento en una o varias ocasiones. Lo llaman al redil, a respetar o cumplir ciertas reglas que son consideradas aceptables: de alguna forma le exigen someterse al contrato común creado a través de la costumbre o de alguna clase de disciplina moral. Nada de absurdo hay en comportarse bien si de esa manera uno evita causar daños a otros seres humanos. Si penetro en una iglesia durante una misa tocando un tambor es consecuente que sea reprobado por los feligreses, ya que maltrato su sagrado ritual. No es a tal acción a la que voy a referirme, sino a una que nos empequeñece y denigra en vista de que disminuye los límites de la libertad individual en nombre de una fantasía moral y social o comunal: en nombre del bien político impuesto. En el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, J. Corominas y J. A. Pascual, relacionan, haciendo uso de su incomparable erudición, las palabras, corral, correa y corrección. Es natural comparar la corrección al cautiverio —o contención— en el corral y al azote de la correa. Así que no sobra decir que quienes se ufanan de practicar la corrección en determinada circunstancia hacen halagos de la férrea y curtida correa que los amansa. En tantas ocasiones estos corrales son humillantes y degradantes, en otras sólo contienen o limitan algunos hábitos y pasiones que causan desagrado, daño o molestia a los demás. La corrección política es necesaria mientras no sea la causa de un encarcelamiento criminal y de un acoso social que empeora lo que se quiere remediar.

En la época actual se sufre y difunde una corrección —encierro en el corral— humillante, proveniente de entelequias abstractas, proclamas sociales cuyo origen o ética esencial desconocemos y que son impulsadas desde espacios en los que la mojigatería, los puritanismos o fascismos originarios de alguna clase de poder, colectivo moral o asociación política acosan nuestra intención de vida libre, autónoma o independiente. Sí, pero lo que hemos dado en llamar corrección política o buen comportamiento hoy en día no se agota en esta descripción, ya que en esencia posee un sentido que se halla dirigido al bienestar o al progreso de la manada humana. Se hace lo correcto con tal de vivir mejor y más libremente. Sin embargo, no debería olvidarse que detrás de las buenas intenciones que persiguen el progreso de una comunidad se asoma siempre la posibilidad de la tiranía o el atropello que practican algunos seres y grupos humanos sobre otros: son los divinos celadores del corral. En varios países huérfanos de conversación civil las ordenanzas, leyes retrógradas, decretos enloquecidos, erosión de instituciones y que a primera instancia dan la impresión de bondad o cordura terminan siendo herramientas de humillación y poder las cuales utilizan algunas autoridades de manera brutal con el propósito de acumular poder y satisfacer sus intereses.

Hacer lo correcto, o vivir dentro de la cerca en busca del mayor confort o comodidad posible resulta necesario, claro, pero después de una reflexión a fondo. Lo comprobamos hoy, cuando una flagrante incorrección política (imposiciones desde una concepción del bien absoluto) se disfraza de lo contrario: bondad étnica, social, feminista y se impone como verdad que transforma en traidores, criminales, lacras o enemigos públicos a los que están en contra o dudan de ella. La hipocresía moral en nuestro mundo es abrumadora; la libertad individual se inmoviliza a partir de prejuicios cada vez más burdos y agresivos. Se acusa a las autonomías personales de escapar del corral.

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