Sin deseos de meter a nadie en problemas, quisiera decirles a los expertos en temas de “ actualidad ” y demás, que nadie habla más que de sí mismo. Es tan evidente. Y cuando dan opiniones de Putin , Ucrania o la Reforma Eléctrica están hablando de ustedes. De su información, ética, estado económico, aspiraciones, e incluso algunas veces también del suceso en sí mismo y de una realidad compartida. No están separados del hecho que describen y eso sucede al no considerar bien a Nietzsche ni ser más cínicos. Por eso nadie nos cree. Y también por ello yo hablo de mí mismo, para que crean que mi subjetividad es arbitraria e inútil . Yo no puedo respaldar mis certezas; nadie puede hacerlo si no es haciendo el ridículo llenando las cabezas ajenas de estadísticas, hipótesis o comentarios. Pero los invito a seguir. Esquiroles de sí mismos. Yo no acostumbro hablar de mí (pese a escribir en primera persona), excepto en esta única ocasión. Lo reconozco y espero que me perdonen.
El martes pasado presenté una novela que, por mal gusto, escribí y publiqué. Es lo único que sé hacer —relatos de ficción— aparte de mis columnas que deben mucho o todo a quienes me soportan: escribir novelas y ensayos; ficciones y naderías. Fue una experiencia extraña, la presentación de mi libro, y se las quiero narrar en este mismo momento. Los presentadores llevaron a cabo ponencias fuera de lugar, extraordinarias y cultas. Y nadie los obligó a hacerlo. Yo hubiera deseado pagarles y cubrirlos de dólares y fanfarrias. Los escuché atentamente, y aprendí, y me sorprendí de sus interpretaciones con las que, por supuesto, estuve de acuerdo.
Cuando fue mi turno de participar, recurrí a mi repertorio de aforismos y de conceptos vagos obtenidos de mis lecturas y que no tenían nada que ver con la novela. Quería yo adoctrinar al público que, me duele informar, era numeroso para mis expectativas. En realidad, practicaba una pantomima, ya que una presentación es un acto teatral, una puesta en escena, y nadie en su sano juicio diría allí lo que piensa, sino lo que cree que representa lo que piensa. Pero eso fue lo de menos. Quiero confesarles, adorado público, que las dos horas en que estuve firmando mis libros o mamotretos aprendí mucho más de lo que hubiera aprendido escribiéndolos.
En su mayoría la audiencia estaba formada por jóvenes—una especie de la que desconfío en la actualidad— o de una nueva generación de lectores que no se han dejado amedrentar por tonterías como la literatura inclusiva y la corrección política. De ninguna manera quiero decir que yo soy un guía o una piedra Rosetta de cierta porción de la juventud, pero aquel fue un acto agotador y revelador. En realidad, fueron a enterrarme. Los hijos e hijas que no quise tener, que abominé, y cuya existencia me repugnaba, estaban allí para sepultarme bajo mi propia obra. Me habría gustado decirles que yo no tenía nada que transmitirles y que los medios de comunicación, redes, y otras tonterías prácticas ya estaban marcando el rumbo a seguir; que la publicación de mi nueva novela había tenido más bien que ver con una cuestión económica para pagar mi renta. Mas estos jóvenes fueron tercos, amables en su necedad, y me obligaron a tomar un papel. Se los agradezco. Esa noche tuve pesadillas.
Ahora que soy viejo, y que me lanzo a la barranca casi todos los días, quizás en búsqueda de un final trágico , me gustaría decir que esa charla, la firma de libros, todo lo que siguió a ello, fue una especie de despedida para mí que les agradezco profundamente, puesto que me han mostrado que algunos no se dejarán sepultar en prejuicios morales miserables y que todavía están dispuestos a pensar y a dar la batalla. Mas como he dicho al principio de este artículo, se trata de una visión totalmente personal. La televisión no es para mí; las grandes masas tampoco; pero puedo decir que al sentirme conmovido me vi a mí mismo como uno de los seres más ridículos que mi propia imaginación ha forjado. Débil, quizás. He tratado de narrar una experiencia personal, ¿de qué otra cosa podemos hablar? Concluyo: no soporten a nadie que les indique cómo son las cosas, ni cómo deben acomodar el mundo. Un grito, al menos; una incorrección; un exabrupto. Esto no se acaba hasta que me muera.
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