Adheridos como fieles lapas a una historia (de la literatura, filosofía o de la propia historia) llegamos a pasar por alto la extravagancia o a aquellos y aquellas que no se adaptaron al gusto o a la ética de su tiempo. O cuyas ideas se mantuvieron a contracorriente e incluso fueron considerados como inclasificables. Yo guardo respeto por tales personajes debido a que no aprecio los cánones ni el amansamiento colegial y porque creo que sin ellos el conocimiento se hallaría incompleto. Por tales razones me acerqué a J. G. Hamann que bien podría ser considerado uno de los pensadores más sui generis que ha visto nacer el mundo. Fue durante un tiempo amigo de Kant, a quien después se enfrentó, porque en pocas palabras Hamann fue un filósofo desordenado, pasional y romántico, y no soportaba que su pensamiento fuera clasificado y dispuesto dentro de una caja conceptual. Sus orígenes pueden remontarse a Martín Lutero, a los pietistas alemanes y, su celebridad póstuma al rescate que de sus ideas llevara a cabo J. G. Herder (1744-1803). Hamann sentía aversión por la razón como vector de nuestro pensar y detestaba las abstracciones o generalizaciones acerca de las cosas del mundo: era un anti racionalista y también un fervoroso religioso e idealista. Como sugería nació en Königsberg en 1730 donde trabó migas con Kant, quien finalmente lo consideró un lunático, un diletante y un filósofo disperso. Fue un adversario de la Ilustración francesa. Goethe lo tenía como un agitador mientras que el mismo Hamann no podía comprender cómo los otros no veían que los seres humanos son diferentes, que su experiencia, su vida personal o inédita, sus lecturas y vivencias los hacía refractarios a una educación general o a una abstracción educativa. Desconfiaba de las ciencias naturales y creía que un universo tan vasto, heterogéneo y complejo apenas si podía ser dibujado por las ciencias de la naturaleza. Isaiah Berlin afirma que Hamann daba por hecho que la Teoría Política trataba a los hombres como si fueran máquinas y que cada cultura guardaba sus propios prejuicios y comportamientos morales de modo que no existía una civilización humana que se sujetara a una determinación o concepción totalitaria. Esta idea fue seguida por Herder, quien lo rescató del desprecio al que había sido condenado. Para él las palabras procedían de la imaginación, no de una gramática manipulable, y daba por sentado que eran las pasiones las que animaban las imágenes o los datos de los sentidos que nos afectaban. Su imaginación era anárquica e impredecible y a mediados del siglo XVIII, cuando la Ilustración se asentaba en Europa y Kant escribía sus famosas críticas, este hombre proponía una concepción absolutamente diversa para pensar las cosas. Podríamos decir que con él comienza, en su esencia más genuina, el Romanticismo y que los poetas malditos, los vanguardistas, los movimientos rebeldes del siglo XX, el arte pop, la posmodernidad estética y hasta escritores como Foster Wallace o Bukowski tienen sus orígenes en la figura de este hombre. Yo he intentado hacer un libro que contuviera estas características, mas no hablaré de él pues uno no debe explicar lo que escribe; sin embargo mi elogio al “desorden, la extravagancia, la dispersión” posee como fundamento la clase del extravagante pensamiento de este filósofo. Resulta absurdo creer que todos somos iguales y que nuestras interpretaciones acerca de los fenómenos del mundo que nos afectan tienen algo de parecido o uniformador. Hamann nos mostró que la sociedad es un conjunto abigarrado de culturas e individualidades y que las pasiones guían nuestros pensamientos. Ya antes Hume había escrito que detrás de toda razón no existe más que una fe animal.

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