“La vida es una constante de dolor abolida por la costumbre”. “Sin dolor soy como una ciudad vacía”, escribió Fogwill en Help a él. Lo he creído siempre: toda ciudad es dolorosa puesto que la cercanía con los extraños tiene que causarnos alguna clase de daño en varios aspectos. Uno se acostumbra al ruido callejero , a convivir con perros en las aceras, a soportar a esa novedosa lacra representada por los motociclistas, quienes reparten desde condones hasta banquetes enteros en sus veloces motocicletas. Un inclemente esputo de la vía urbana son estos seres que requieren trabajo y que forman parte del dolor citadino . Mas la queja carece de sentido; sólo hay que comprender el dolor, acostumbrarse a él y transformarse en un lisiado cosmopolita; en una verruga del “progreso”.
En alguna entrevista que le hicieron a Jean-Paul Sartre a sus 62 años, cuando él ya se consideraba un viejo, aludió al hecho de que el término “intelectual” se considerara peyorativo: se lamentó, puesto que, en una sociedad de clases injusta alguien debía asumir el papel de pensar, ello pese a que los intelectuales serán siempre y por necesidad minoría. Una defensa parecida había llevado a cabo Herbert Marcuse a quien le parecía que el desprecio hacia los intelectuales era un agravio y una tara social . Ojalá los intelectuales tuvieran una voz más audible y una repercusión mayor en la vida pública, ya que esto garantizaría debates reales, más profundos y de mayores alcances, pues no todos son —retórica popular— especímenes enclaustrados en la “impermeable” prisión de las ideas. Aunque no lo crean, la estolidez que representan las propiedades del tal Alito no habría tenido lugar en gobiernos en los que se escuchara con mayor atención a las personas que se dedican a la reflexión, conocimiento y especulación de los distintos problemas sociales .
Les comparto ahora un ejemplo personal; yo soy capaz de leer en inglés, italiano o francés no sin trabajos, depende del autor o del tema. Mas siempre salgo avante. Y no obstante esta habilidad, me resulta difícil comprender a una persona cuyo idioma original es alguno de estos tres idiomas; sobre todo si no se expresa amablemente a sabiendas de mis limitaciones. Algo similar sucede en cualquier vecindad: uno intenta no despreciar y comprender el ritmo de los vecinos, pese al dolor que esto pueda causar. Cuando escuchaba en YouTube la entrevista a Sartre aquí citada, resultó que logré comprender la mayoría de sus palabras y el sentido de sus opiniones. Había subtítulos en la pantalla, mas me parecían en general innecesarios ya que el filósofo francés pensaba antes de hablar y deseaba ser comprendido. Un amigo mío, traductor del alemán, y a quien no deseo balconear aquí, me confesaba que él podía traducir del alemán a Roth, Berhard o a cualquier filósofo, pero que le era muy difícil ordenar la comida en un restaurante en Alemania pues su germano no era legible para las meseras. El intelectual, sin embargo, como también las personas comunes, deben darse a comprender, aunque sufran o experimenten dolor. De eso se trata la buena vecindad . No pensar con la lengua y saber que toda comunicación se extiende hacia territorios, oídos, personas o sensibilidades ajenas. No tengan miedo de los intelectuales, escritores y artistas. Ellos también son ciudadanos y, desde mi experiencia, no poseen la baja ralea (alguno sí, como en toda familia), el cinismo siniestro, ni la cola de lagarto de los políticos que se enriquecen de manera desmedida y que nos hacen tan infelices como las bostas de perro erguidas sobre la acera.
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