El endeudamiento es una de las constantes del mundo globalizado , lo que es inédito es que se trata de deudas que no pueden pagarse jamás, pues en ello radica su calculada virtud , su esencia y el motor de su creatividad . Mantener endeudada a una persona, sea porque compró una casa bajo el “cuerdo” y honrado propósito de pagarla en sesenta años, o porque los bancos le extienden créditos que dicha persona utilizará a cambio de vivir entre la tranquilidad momentánea y el miedo perpetuo de la milicia bancaria ligada a las instituciones hacendarias y segura de su poder corporativo, convertirá a la afortunada víctima en una cosa viva y endeudada, volverá al vientre perdido, pues de alguna manera este endeudamiento le alojará en una esfera de seguridad aparente, pese a que el producto o feto jamás nacerá. El ser endeudado es el ciudadano por antonomasia, desligado de cualquier ideología, ética civil o de toda utopía económica y aislado del progreso social. ¿Qué puede perder si nunca nacerá? Tal pareciera que los endeudados del globo virtual poseen la obligación metafísica de sufrir económicamente, pero solamente a medias —incluso el endeudado se siente a sus anchas en esa nueva esfera que ha sido diseñada para él: la deuda perpetua—. Y, sin embargo, no hay forma de que el deudor logre crearse un orden momentáneo, una parca felicidad, una historia sentimental, más que aceptando la farsa de un sufrimiento revestido de un iluso placer, un cristianismo hipócrita ; un endeudamiento que se presenta como promesa de propiedad y tranquilidad, pero que finalmente es destino. Podría aludirse a que el sufrimiento es el influjo de la gravedad que afecta a todo ser sensible y cuya conciencia lo convierte en una cosa viviente. El sufrimiento es una forma de conocimiento; pero el conocimiento también puede ser dolencia, caída, depresión.
Byung-Chul Han
escribe en un folleto ensayístico y filosófico titulado " La agonía del eros " (Herder; 2015), que la depresión —propia de las sociedades actuales— es una enfermedad narcisista:
“Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. La depresión, a diferencia del eros que lo lanza hacia la armonía con el otro, hace que el sujeto se derrumbe hacia sí mismo.” Y, sin embargo, ese sujeto reprimido actor de la sociedad contemporánea no deja de rendir, producir, endeudarse. Es decir: se convierte en un signo de los tiempos actuales y su depresión implícita rinde aún más económicamente.
En su libro acerca de la depresión "Un perro rabioso (noticias desde la depresión)"; Turner: 2021; el escritor mexicano, Mauricio Montiel , describe un panorama acerca de esa afección que se ha convertido en una pandemia sigilosa, mas no por ello inofensiva. En este ensayo, que es a la vez crónica personal y mosaico ilustrado, Montiel, luego de dar cuenta de la constante amenaza de ese perro rabioso (la depresión), nos dice que, acaso, la única manera de apartarse de la bestia es, además del auxilio profesional, respaldarse en la comprensión del otro, en la conversación solidaria y distribuyendo la debilidad entre las amistades cercanas: aproximarse al eros, diría yo. Escribe Montiel: “A nadie que haya padecido o padezca depresión se le escapa que el despertar es tal vez el momento más duro de la jornada. Abrimos los ojos para darnos cuenta de que debemos enfrentar otro día con todas sus horas similares a piedras de Sísifo.”
He deseado reunir ambos temas porque el hombre deprimido no es nada más la suma de un conjunto de químicos que actúa en su cuerpo y lo dispone hacia una determinada condición anímica.
Es también una grieta en el entorno, en la esfera ética y civil que lo contiene, y en el insobornable misterio que radica en el temperamento, el humor y la sensibilidad que envuelve a un singular sujeto humano, incapaz de salir de sí mismo. Cuando imagino al perro que tan acertadamente describe Montiel imagino a sus presas, endeudadas de por vida, infelices, avocadas a la rendición o producción de bienes que jamás le redituarán una ganancia personal y liberadora. La combinación, el coctel por antonomasia de nuestros días.