Hace casi dos décadas escribí un libro de aforismos cuyo título es Dios siempre se equivoca . Fiel a mi costumbre de mantener un sano desapego hacia mi propia obra no conservo ejemplares de la mayoría de los libros que he publicado, incluido este breve libro al que ahora hago referencia. Hace unos días concluyeron su traducción al francés Cathy Fourez y Jean Portante . Esta tarea terminada me ha despertado la idea de transcribir aquí algunos de ellos añadiendo una nota o un comentario a continuación (de ninguna manera es una explicación). El aforismo, como lo he reiterado, es el género más cercano al silencio y esta sencilla razón basta para aproximarlo a una paz deseada o esperada: el final de la gramática. No se trata de mis sentencias favoritas ya que hacer una lista que aspira a la certeza me parece una expresión de temor y de cierta ingenuidad .
“Jamás he recibido una sola orden inteligente”.
Es posible que los orígenes de esta frase se deban a mi desconfianza hacia la autoridad y a que después de haber sido recluido durante mi adolescencia en una escuela militarizada cultivé la renuencia ante la imposición de una norma que no hubiera sido antes razonada. Sin embargo, creo que impartir órdenes es una acción despreciable en sí misma y que es más conveniente sugerir, insinuar, acordar. Por supuesto se trata de una obsesión personal y una fobia hacia los militares.
“Estoy seguro de que si esta tarde me encontrara conmigo mismo en la calle no me reconocería”.
Me sucede frente al espejo; cuando me encuentro ante mi imagen reflejada no veo a mi padre, a un simio o a un esqueleto, sino a otra persona: alguien que ha usurpado mi memoria, toma mi lugar y me desplaza. Un hombre que al contemplarse sabe que en el tiempo absolutamente nada posee un lugar exclusivo.
“Soy socialista estrictamente por culpa de los demás”.
Esta confesión no requiere de mayor amplitud, ya que he aludido con frecuencia a que mi socialismo —el mío por desgracia genuino, no una fachada oportunista o anacrónica—, se debe a que si los demás están bien, es decir sufren menos, no los humilla la riqueza, se sienten seguros en casa, en la calle, y tienen educación y salud garantizada , entonces me dejarán en paz y acaso podré vivir algunos años más, tranquilamente. Una utopía , según ha logrado descubrir mi experiencia.
“Sólo en una ocasión podré ver a todos mis enemigos reunidos: en mi funeral”.
Suelo decir que tu ataúd lo cargarán tus enemigos. Es así siempre: en vida te atacan, o peor: te menosprecian. Les pareces peligroso o más bien incorrecto o inaceptable. Mas cuando te mueres te colman de halagos, de anécdotas que modelan a su antojo y son los primeros en llevar sobre sus hombros el catafalco donde yace tu cadáver. Cabe decir que yo carezco de enemigos verdaderos. Así de anodina habrá sido mi vida.
“Me alegra mucho ver a un niño trepando a un árbol. La tristeza, el temor, en cambio, me consumen cuando los veo bajar”.
Es posible que la anterior sea una afirmación melosa; no obstante tolero e incluso aprecio a los hijos de mis amigos. La única infancia que me parece necesaria es la mía, ya que se ha convertido en un cuento. Creo que el porvenir de estos chicos será ingrato y el sólo hecho de pensar que esos pobres infantes habrán de pasar por lo que suele llamarse “etapas de la vida”, me obliga a desplomarme de cansancio. Los niños, en mi caso, representan el pasado, más que el futuro.
“Me parece tan triste la sonrisa de una persona exitosa. Como si sus labios padecieran cáncer”.
No creo que lo anterior sea una loa al fracaso, sino más bien un rechazo a la arrogancia de quienes creen que han logrado tener éxito en ese largo periodo de tiempo que llamamos vida. La desgracia puede tocar a la puerta un momento antes de que esta se cierre para siempre. En fin; no es una arenga romántica, aunque sí muestra el desprecio que me despiertan los mortales que rezuman inmortalidad. Elegí estas mínimas gestas morales no para explicarlas, como escribí antes, sino sólo por curiosidad y en caso de que les despierten la risa o el enojo a los lectores. Y termino aquí exponiendo un último aforismo: “Las explicaciones no requieren explicar, sino dar consuelo”.
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