La demencia y confusión a la que nos empuja la comunicación global me permite hacer la siguiente extravagancia: “Crítica de la Razón Twitter”. Me autonombro un Kant efímero que explica sus categorías intrascendentales, se me comprenda o no. Parece que todo ser desea dejar su huella en el mundo, así que en este espacio semanal quisiera dejar una especie de antihuella razonada. El mensaje implícito de las redes es la desaparición causada por la exhibición obscena, ¿no es así? Lanzados a la comunicación —como soldados a la guerra con el propósito de defender una patria abstracta— para poder exclamar: ¡Libertad! ¡Existo en redes! En fin, basta de gritos y van mis tweets y su explicación razonada. “Fui al cementerio y pregunté en medio de las tumbas “¿Valió la pena vivir?” No escuché ninguna respuesta”. Y es que alguien tiene que preguntarles a los muertos si la vida que tuvieron valió la pena, aunque ahora sean un montón de huesos, un parpadeo en el tiempo, un recuerdo que se disipa, el mundo como la disminución progresiva de la luz, pensaba Thomas Bernhard. Un segundo tweet: “No somos un país, sino un estacionamiento en el que todos buscamos un lugar”. El país es un contrato, una lengua, una biblioteca, las amistades, el sexo, la ciudadanía o el buen gobierno, mas como automóviles sólo requerimos un estacionamiento para, después de funcionar, descansar y vegetar. ¿Sabiduría o enajenación? No tengo idea. Tercer tweet: “En opinión de Nietzsche el verdadero poder mundial es el resentimiento”. ¿Otra vez citando a ese loco? Así es. El resentimiento mueve a los individuos y a las masas, a los perros y a los gobernantes, nada escapa a su poder y a su mano generosa. El ser resentido es una reiteración de la existencia. Nada escapa a su ojo vengativo. Cuarto tweet: “En efecto, resulta tanto más tranquilizador ser una conciencia que tener una conciencia. A. Finkielkraut”. No hay vuelta de hoja: una persona posee una conciencia y ciertos valores y poder de discernimiento. Pero hay quien quiere ser La Conciencia, como un dios, la divinidad, el ojo que todo lo ve, el panóptico de Jeremy Bentham en el que es posible vigilar la conducta de todos los reos. Los radicales utópicos insisten en ser la conciencia —en vez de sólo tenerla— y nosotros sus presos. Les recomiendo fugarse a donde estas conciencias puras no los alcancen. “La capacidad de insultar es lo único que sobrevivirá de la izquierda clásica. Peter Sloterdijk”. Es una frase espectacular, pero está tomando cada vez más fuerza entre quienes prefieren un socialismo erigido desde los cimientos de un insulto constante, al que propicia una conversación crítica. Los sistemas sociales están acabados, erosionados, demolidos. Sería hora de crear estructuras flexibles de pensamiento para oponerse al poder de los emporios comerciales y para crear caminos que aminoren la servidumbre. Pero esto ya es grilla. Último tweet: “El genio no puede ser un moralista; el genio apunta a la originalidad, el moralista a la mediocridad (Sloterdijk). Por mí que desaparezcan ambos”. En efecto queridos lectores; si el mundo en que vivimos se lo debemos a los genios, pues ojalá estos nunca hubieran nacido. Prefiero a los moralistas, pero sin poder, que sean mediocres y tengan cierta simpatía. Aun así no me importa si desaparecen también. La única moral que soporto es la autocrítica, la que primero piensa en sus errores y fisuras, no la que señala y sermonea y jamás se considera criminal: los culpables son los otros.
He llegado al fin de la “Crítica de la Razón Twitter”, y vaya si ha sido un trabajo esforzado, efímero y que no dejará ninguna huella en el mundo. He comprendido mi época y el derrumbamiento de las ideologías, la conciencia de lo fugitivo, la tumba silenciosa. Bienvenido a estos bellos tiempos de comunicación inteligente que nos proporciona —como todos pueden comprobar— una mayor “justicia, seguridad y esparcimiento”.