Creo no exagerar si señalo a esta época como escenario del declive la buena literatura , ello sin importar si la escriben mujeres, hombres, transexuales, policías o arañas. Aun no comprendo qué tiene que ver la literatura con el género sexual de quien escribe. Es algo absolutamente oprobioso. Reina la confusión y la ausencia de crítica ; crece la voz del analfabetismo y el mercado la hace resonar. Es hasta cierto punto triste que se quiera reducir el lenguaje a una jerga trivial y a una herramienta política.
El lenguaje ha dado lugar a revoluciones sociales y para ello no se ha requerido adelgazarlo a señas primitivas. El arte mismo, como la literatura, a través de sus más genuinos exponentes están levantando galerías y editoriales que no se enreden en esta caída masiva. La galería RAB; el espacio de Acapulco 62; el tributo pictórico e itinerante a Charles Bukowski que da cobijo a cerca de 25 jóvenes autores; próximamente en Ciudad de México en la Pulquería Los Insurgentes (he participado con mis textos en estas exhibiciones); fanzines como “ Pinche Chica Chic ”, o “ Mitote ”, creada en la ciudad de Querétaro, entre muchos otros, son la extensión de una expresión genuina, primigenia y a salvo de la celebridad y las relaciones sociales literarias.
Un artista que desde hace cerca de treinta años dibuja para publicaciones de perfil subterráneo es Eduardo Salgado, a quien conozco desde hace muchos años. O más bien: su obra no me es extraña, aunque siempre me impresiona. Es un artista de la desmesura, como si su oficio sólo respondiera al efecto extremo de una realidad tosca y delicada a la vez. Sus dibujos son la visión y la historia de un mundo que no nos concierne porque es más que real, no sólo imaginario. Él observa lo que no vemos y detiene su gráfica en una estación de trenes donde ninguna máquina es bienvenida. Abre una ventana que clausura el horizonte, pero que permite la intimidación. Un sarcasmo recio y ensimismado: arte que se devora a sí mismo para expresarse. Su imaginación se impone porque carece de segundas intenciones: su narración gráfica no permite el rodeo.
Los espectadores tienen que ceñirse a su papel de testigos, ya que Salgado no permite demasiadas interpretaciones o arengas zalameras. Es como si construyera una ciencia gráfica fundada en arrebatos de iluminación y de oscuridad al mismo tiempo. Uno de los más finos e inclementes observadores de la gestualidad de una cultura que se auto destruye y se nutre de la marginalidad. Sus dibujos carecen de una política del mal, aunque edifique un idealismo para los necios y los marginados del aplauso público. ¿Cómo es posible que en los terrenos de la desmesura que Eduardo crea a través de sus dibujos brote también la sensualidad o el erotismo cínico? Carece de temas definitivos, no le interesa detenerse en una obsesión solitaria. Al contrario, lleva su trazo sorpresivo, franco, perro, jamás hipócrita en varias direcciones. Le gusta imponer su osadía para fortuna de cualquier espectador que no requiera darle más vueltas al asunto.
Eduardo Salgado ha sido desde hace ya varias décadas uno de los artistas gráficos más originales de los que yo tenga memoria. El arte subterráneo; las editoriales alucinadas; los espacios abiertos y secretos, dependen en gran medida de la generosa y empecinada voluntad de artistas próximos a la crítica fervorosa, a la anécdota beligerante, a la admiración por la “caída” que Eduardo Salgado muestra en cada uno de sus dibujos. Puertas abiertas para ingresar a un mundo clausurado, hermético y, sobre todo, libre.
Hace unos meses escribí acerca de la galería Acapulco 62 : “Ser marginal, practicar el exilio, renunciar al púlpito y a la guía del rebaño puede fortalecer a un intelectual, a un artista o a un filósofo, como lo afirmó el pensador palestino Edward W. Said, pero es imposible que éstos se aparten de la comunidad que los contiene, pese a que su papel sea excéntrico, estimulante o efímero. La imaginación aparentemente dispersa en pequeños grupos, asociaciones, suplementos culturales, reuniones, espacios de exhibición artística, foros modestos o cofradías es una alternativa real cuya existencia, como en el caso de Acapulco 62, es posible comprobar; pero la imaginación que dota a los normales canales editoriales, de una naturaleza definitiva, casi divina o directora se va menoscabando. La imaginación no llegará al poder, como rezaba la arenga estudiantil del siglo pasado, si acaso lo desintegrará a partir de su astucia, dispersión y acción modesta.”
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