En La verdad y las formas jurídicas, Michel Foucault, remontándose a los pañales de la historia occidental, nos dice que el derecho germánico fue una “manera reglamentada de hacer la guerra”. Y en otra parte del libro cuenta que, desde el siglo V, se desató una lucha entre el poder político y el saber: “A partir de este momento, el hombre del poder será el hombre de la ignorancia”. Tomaré ambas afirmaciones sólo con el propósito de exclamar que ambas características feudales continúan siendo el pan de cada día en el medio político mexicano. Es evidente, al menos me lo parece a mí, que la democracia como concepto y horizonte ético de largos alcances se encuentra escueta y disminuida. La cantidad de libros serios al respecto de su decadencia me respaldan. Vuelvo a poner énfasis en los candidatos a puestos de representación popular que nos acosan con su presencia bochornosa, su interés puramente personal, su bastardía cultural. Basados en el solo hecho de que son celebridades y que su rostro (exceptuando el de un enmascarado) son conocidos e idolatrados por las personas que les ofrendarán esa ambigua moneda denominada “voto”, impondrán su figura en el mapa de una democracia fracturada. No desprecio el oficio original que desempeñan estos cándido-fatuos (hay desde cabareteras hasta luchadores) y soy gentil respecto a este asunto: respetuoso. Sin embargo, es conveniente, según lo creo, que deben ser los mejor preparados para ocupar un cargo público quienes den la cara por los ciudadanos, vía su talento y conocimiento de los problemas que nos acosan. Es obvio que los partidos políticos son los mayores culpables de este dislate y a ellos se debe el desprestigio del pacto social y de la conversación civil. Son empresas decadentes a las que sólo les interesa ganar: el partido, por sobre la comunidad; las cofradías de líderes por encima de la sociedad. La pregunta que hace Néstor García Canclini, en su libro Consumidores y ciudadanos, se ha tornado urgente de responder: “¿Por qué consiguen, los líderes qué empobrecieron a las mayorías, preservar el consenso entre las masas perjudicadas? No hay una sola explicación”. En otras palabras: ¿por qué los “ciudadanos” siguen votando por quienes los joden? ¿O acaso —como pensaba Baudrillard— la masa se ve en el espejo de la política para continuar siendo masa y perdurar en su consistencia miserable? Si digo: “No le den vueltas; es el perro destino”, no estaría muy lejos de una respuesta certera, aunque totalmente se me consideraría un exiliado de la razón. Repasen, se los ruego, a los candidatos que los partidos eligen para asegurar su poder, continuidad, dinero y posición. El poder político y el saber se encuentran más distanciados que nunca (sobre todo si pensamos que, en teoría, superamos ya la Edad Media). Y por saber no me refiero no sólo al saber de los expertos o a la especialización académica o científica, sino al hecho de poseer un amplio conocimiento del entorno político, comunal y vivencial que nos rodea. Para terminar esta columna, les comparto una duda: ¿Por qué los académicos notables, intelectuales, científicos, analistas políticos o personas de mayor envergadura civil no buscan ser candidatos a un puesto político? ¿Por qué soportan los desplantes banales de una locutora o de un enmascarado que son, o quieren ser, “honorables” congresistas? Generosidad, conocimiento de su entorno, renuncia a la riqueza ofensiva, procuración de la tolerancia, ánimo filantrópico, etc… son características deseables en cualquier candidato. Si a tal candidato le sumamos a un grupo de asesores notables y especialistas en la función respectiva, la consecuencia tendría que ser un bien para este pobre país secuestrado por partidos políticos capaces de proponer como candidato a un perro con tal de “ganar”, aunque los demás nos hundamos en el pantano. No lo hacen, probablemente, porque les repugna el medio de la grilla y porque la clase política, en su gran mayoría, carece de ideales, estrategias morales, programas sociales, pragmatismo eficaz, y sólo siguen las instrucciones de algún líder que es, más bien, su domador, su jefe, el líder de la pandilla. Síganle.