Cuando hace casi 40 años me acerqué a los libros de Jean Baudrillard (1929-2007), me causó una seria intriga que el filósofo francés se refiriera constantemente al hecho de que la pantalla y la red habían sustituido al espejo —al sujeto que se auto reconoce como ciudadano— tanto como al escenario o a la plaza pública; no me imaginaba entonces hasta qué punto habría de constatar las afirmaciones de Baudrillard, filósofo desdeñado por la teoría ilustrada que lo consideraba más bien una especie de artista; y que lo había acusado de fantasioso y catastrofista. Baudrillard no deseaba provocar un escándalo social, sino acaso narrar el aniquilamiento de una realidad que ya no podía ser representada ni comprendida a profundidad; una sociedad incapaz de reconocerse como un cuerpo de principios políticos que la dotaran de educación y bienestar: una sociedad piltrafa e ignorante, más que un pueblo consciente o una reunión de ciudadanos.

Por el contrario, Susan Sontag, hace más de 3 lustros se resistía a darse por vencida ante la idea de que la representación del mundo que habitamos sólo podía darse a través del espectáculo, de su parodia y de su reducción a un poder mediático que desde su gran poder aniquilaba la noción de sufrimiento humano. En su libro Ante el dolor de los demás, Sontag escribió: “La afirmación de que la realidad se ha transformado en un espectáculo es de un provincianismo pasmoso.

Convierte en universales los hábitos visuales de una reducida población instruida que vive en una de las regiones opulentas del mundo, donde las noticias han sido transformadas en entretenimiento; ese estilo de ver es una de las adquisiciones de lo ‘moderno’ y requisito previo para desmantelar las formas de la política tradicional basada en partidos, la cual depara el debate y la discrepancia verdaderas”.

El desprecio de Susan Sontag hacia quienes relacionan el sufrimiento humano contemporáneo con una puesta en escena, una manía o un tic posmoderno es evidente. Sin embargo, en el año 2022 cuando ya se ha sufrido la experiencia de un presidente mediático analfabeta y caricaturesco como Donald Trump quien gobernaba desde Twitter, o la propagación por las redes de un virus que ha penetrado en los países opulentos y sus satélites miserables (el hecho de que en el mundo actual convivan el deseo de igualdad en el ámbito de la salud pública, con el hecho de la desigualdad económica es un asunto chocante) en un momento en que los partidos políticos no parecen ser ya una alternativa ideológica y sí una faceta del entretenimiento mediático en constante vaivén, en un escenario así es difícil apoyar a Sontag.

¿No son estos países opulentos hoy representados por corporaciones gigantescas los que han exportado la tecnología y los negocios globales (el de la salud inclusive) al mundo no opulento? El de Sontag me recuerda el mismo ímpetu con el que Jürgen Habermas, molesto, denunciaba el estado de injusticia al que conduciría una Ilustración no concluida —consistente en democracias e instituciones fuertes de orientación socialista—, Ilustración que los filósofos de la catástrofe estaban ya enterrando en vida.

Este ímpetu —el de Habermas y Sontag— que reclama la justicia social avalada por teorías críticas progresistas es todavía común en las corrientes de pensamiento que conciben la sociedad como una gran estructura o zoológico disciplinado. En contraparte se ubica la teoría cínica —cuyo programa de gesticulación y filosofía se refleja en Crítica de la razón cínica, de Peter Sloterdijk—, la que por una parte asume la decepción, el tedio, la incredulidad hacia una Ilustración o justicia social posibles y tradicionales. En fin, yo me inclino por ejercer la rebelión contra los dogmas morales y políticos impuestos en el nombre de todos y creo que la literatura, las artes, el relativismo inteligente y la conciencia de que es imposible trascender la soledad, aunque uno se encuentre en estrecha y difícil relación con un mundo o entorno del que es imposible separarnos son necesarios para no vivir absolutamente a ciegas. En pocas palabras: Baudrillard siempre tuvo razón.

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