Recuerdo que en mi infancia , normal, ascética y monoteísta , mi madre exigía que pusiera yo orden en mi recámara. ¿Orden? ¿Qué significa eso más allá de colocar la almohada en la cabecera de la cama y levantar algunos artefactos del piso? No lo comprendía. Tiempo después concluí que el orden es una moral y que cuando no es un acuerdo, entonces es una imposición. Los planetas obedecen un orden arreados por la gravedad, sin embargo los humanos lo inventan, a veces amparados en el buen tino, otras para volvernos más desgraciados. Donde mi madre veía un desorden abominable, yo sólo encontraba normalidad habitable. No orinaba la cama; no escupía en el piso; no introducía cadáveres de ratas bajo la cama, hechos que podrían ser considerados anormales o, más bien, símbolos de un desorden moral, además de un obvio atentado a la buena convivencia.

Si mis padres hubieran sido militares me habrían hecho comprender a golpes o a través de severos castigos su enloquecida y moralista idea del orden. La fortuna quiso que ellos fueran buenas personas que trataban sólo de educar a sus hijos tal como ellos mismos habían sido educados. Así como la normalidad es una especie de cárcel cuyos muros los normales son incapaces de ver o palpar, así el orden puede llegar a ser una obsesión, una manía de demostración de poder, una invención maquiavélica y, también, una cárcel a la que otros, los ordenados, te condenan. Y si no obedeces las reglas de la moral imperante que te imponen los patriarcas , los correctos, los que quieren incluirte a toda costa en su mazmorra, sea esta léxica, legal, bárbara, algorítimica o analfabeta, entonces no habrá más remedio que aislarse moralmente, exiliarse, con el propósito de mantener brevemente alguna clase de libertad. Debido a que creo que la relación humana es capaz de albergar distintas clases de orden y normalidad, estoy cierto de que, con tal de no hacer de la vida algo aún más desagradable, es necesaria la conversación y el acuerdo, más que la milicia, la imposición violenta y el orden moral impuesto por los poderes sádicos. El cuerpo moral, tolerante, líquido, heterogéneo, en vez de la moral bruta y rígida, la homogeneidad y la intolerancia. El relativismo inteligente , el reconocimiento de la diferencia, la dispersión capaz de unirse a través de múltiples hilos conductores; todo ello es preferible a la veneración de la gran verdad, los juicios divinos, el amansamiento que paraliza y aniquila la reflexión. Ojalá que el desorden creativo no criminal y la anormalidad que cultiva y estimula la libertad se explayen en el mundo, es decir en el individuo que piensa. Lo dudo mucho.

La amante del populismo es un libro de Marcos Aguinis (P.R.H; 2022), cuyo género es ambiguo, pero que puede leerse como reportaje, novela, crónica o investigación histórica. Relata la imaginaria entrevista entre Margherita Sarfatti (intelectual, biógrafa y amante de Benito Mussolini) y el autor del libro. A tono con la llegada de la ultraderecha en Italia. Para quien carezca de noticias respecto a la travesía que realizó un Mussolini enloquecido y terriblemente entusiasta, desde el socialismo, el fascismo (que, por cierto, él inventa y lega al siglo veinte) y su toma de poder y dictadura apoyado por los militares, podrá aproximarse a una idea que es a un tiempo certera y espantosa: el nacionalismo, el fascismo, el socialismo burdo y la fuerza o poder de los militares unidos a un pueblo alucinado por el performance ideológico de quienes detentan el poder, se hermanan y su relación no posee más conclusión que la desgracia social y la dictadura. “Las masas no deben saber, sino creer”, cuenta Margherita que tal era una firme convicción de Mussolini quien confiaba a ciegas en su olfato, en su carisma bufonesco y en su buena fe. No en vano, Hitler lo admiró, buscó, imitó y finalmente se hizo su amigo. A Hitler , Margherita lo reduce a un payaso nacionalista ansioso de poder a quien Mussolini despreciaba (en un principio el italiano no era antisemita, aunque tiempo después tendría que seguir los preceptos del austriaco alemán). Es un libro sencillo de leer, casi un best seller. ¿Es un libro populista? No; pero describe bien lo que ello significa. Todos conocemos cómo terminó Mussolini, asesinado y vejado por esa misma masa que prefería creer a saber. A mí, escéptico, ya no me queda nada más que confiar en mi desorden y anormalidad.

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