En La democracia, ejercicio de la modestia, Albert Camus, escribe lo que solemos expresar a menudo, pero de dientes afuera. “El demócrata es modesto, confiesa una cierta parte de ignorancia, reconoce en parte el carácter aventurado de su esfuerzo y que no todo le es dado. Y a partir de esa confesión, reconoce que necesita consultar a los otros, completar lo que él no sabe con lo que ellos saben”. Y otro pensador francés, Alain Finkilekraut, dice que hoy en día hay que ser un valiente a la hora de defender la moderación: “defiendo el coraje de la moderación”, escribió. Pues algo así hemos hecho todos quienes creemos que la democracia es un concepto, y no un ajuste de cuentas entre la “plebe ciudadana” (yo entre ellos), tomado del latín plebis, “pueblo”; “populacho”, según Joan Corominas; y de allí también el compuesto “plebiscito”). Hoy se toma como una palabra ofensiva, mas no tendría que ser así, ya que somos la plebe la que supuestamente vamos guiando a la supuesta democracia a partir de una santa ignorancia y de un afán de superación y progreso. Y cuando leí, esta ocasión vía la escritura de A. Finkielkraut, que el terrorismo es el crimen que requiere de la publicidad de los medios en general para que su efecto dé verdaderamente en el blanco, me puse a pensar que, efectivamente, los criminales, extremistas, terroristas y enemigos de la moderación llevan al paroxismo su asesinato por medio de la propaganda de sus actos. No es una idea nueva, ni que valga mucho la pena escribirla en este espacio. Sin embargo, pensé que los gentiles, moderados, intelectuales y prudentes no colman el escenario de los medios. La declaración terrorista de un presidente da para hablar durante semanas; el acto modesto y eficaz de un funcionario se considera su obligación y se olvida apenas es llevado a cabo.
El terrorismo —distinto a la filosofía anarquista— es cobarde y execrable, por más que en el terreno estético se haya practicado con frecuencia. ¿Para qué matar a Dios si no existe?, se preguntaba Foucault. Y yo respondo en silencio: “Pues para darle vida”. Los ateos requieren un dios a quien dinamitar, de lo contrario algo camina mal. Las relaciones que hace, por ejemplo, J. Habermas, entre el terrorismo estético y el histórico, el de Nietzsche o Bataille con el de los fascismos europeos es desmesurado y despreciativo respecto a las diversas corrientes de anarquismo que emanaron del siglo XIX. El terrorismo —casi nada tiene que ver con el anarquismo— lo han ejercido Estados como Alemania, Estados Unidos, Japón y muchos más, pero el Estado es una construcción abstracta y social que administran los poderes más evidentes. Y también lo llevan a cabo grupos, personas y empresas en detrimento de las personas inocentes, gente buena, pueblos que ni siquiera saben que sus líderes los han llevado a la miseria. Los extremismos de orden estético pueden ayudar a vivir más conscientemente, como en la frase de Camus que cité al principio: “completar lo que él no sabe con lo que ellos saben”. Es decir: añadir a su conocimiento las aberraciones, locura o pensamiento de otros artistas. Somos seres incompletos. El dadaísmo define la modernidad. La heterogeneidad como forma de arte y conocimiento de Bataille nos estimula. F. Schiller, en sus famosas cartas, pensaba algo diferente: el arte reconcilia y ayuda a los hombres de carne y hueso a vivir mejor: la belleza es el camino a la libertad: no destruye. Es una forma de comprensión entre los diferentes. No lo sé: yo creo ser un hombre moderado, aunque la democracia no sea una democracia sustancial, sino superficial.