Boris Johnson
se burló hasta que se cansó de su antecesora, Theresa May . Solía decir que la primera ministra era la versión política de la cantante Gloria Gaynor, cantando Sobreviviré.
Ahora es él quien se aferra hasta con las uñas al cargo de primer ministro y su posición es mucho más vergonzosa que la de May.
La exprimera ministra podrá haber carecido de carisma y temperamento, de firmeza política. Johnson terminó ratificando lo que muchos decían de él: que no era más que un “bufón sin principios”.
Sin duda, es un tipo con suerte. Hasta ahora, ha sorteado todos los escándalos en los que ha estado implicado. Hasta ahora. Pero la paciencia de los británicos parece haber llegado a su fin.
¿Cómo llegó a esta crisis?
Cierto es que Boris nunca ha escondido sus defectos: lo eligieron en 2019 los conservadores a sabiendas de que era un vendedor de falacias, un excéntrico con poca idea de los asuntos que debía conocer al dedillo para poder dirigir el rumbo de Reino Unido y manejar las complicaciones pos-Brexit . Pero los “boriescándalos” no han tenido fin y cada uno supera al anterior.
Primero fue su manejo al inicio de la pandemia, totalmente desastroso, y que no viró sino hasta que experimentó en carne propia el Covid-19, que casi lo mata, según sus propias palabras.
Era una situación nueva, para la que nadie estaba preparado y, de algún modo, eso le ayudó a salir bien librado.
Pero en pleno pico de la pandemia, mientras obligó a millones de británicos a encerrarse, alejarse de sus familias y amigos para contener los contagios, en Downing Street se vivía “la vida loca”, con fiestas navideñas, cumpleaños, celebraciones de jardín. Durante diciembre y enero no dejaron de salir nuevos escándalos del partygate, que convirtió a Johnson en el primer jefe de gobierno en ejercicio sancionado por violar la ley.
El partygate derivó en un voto de confianza impulsado por su propio partido Conservador y que Johnson superó por mínimos: 211 votos de 180 que necesiaba. Un total de 148 diputados conservadores votaron en su contra.
Los resultados fueron peores que los obtenidos por May en su voto de confianza. Pero a diferencia de ella, que entendió que no tenía más gobernabilidad y presentó su renuncia, Johnson se mostró más que satisfecho con la votación y consideró que tenía margen suficiente para gobernar.
La renovación del departamento oficial que ocupa con su pareja se convertiría en otro motivo de indignación, cuando los británicos se enteraron que a pesar de que Johnson dijo que él pagó por todos los lujos, lo cierto es que había recibido una jugosa donación de un simpatizante del Partido Conservador, que fue obligado a devolver.
Los casos de nepotismo, de adjudicación de contratos a los “amigos”, o a ciertas empresas, se sumaron al enojo.
Johnson, defensor del Brexit, sin importar las mentiras que tuviera que decir —y que en parte fueron causantes de la caída de May—, ha tenido que enfrentar en su gobierno las consecuencias, agravadas por la inflación que enfrenta el país, derivada parcialmente de la escasez de insumos que generó la misma pandemia. La guerra en Ucrania ensombreció más el panorama. En mayo, la inflación interanual superó el 9%. Los precios subían, mientras la popularidad de Johnson iba en picada.
La gota que derramó el vaso fue el escándalo de Chris Pincher , a quien Johnson ascendió en febrero como líder del Partido Conservador pese a acusaciones de que manoseó a dos hombres, incluyendo un legislador. Johnson dijo no estar al tanto, sólo para reconocer que sí sabía de las quejas y “lo olvidó”. Un olvido que podría costarle el cargo y que algunos llaman “karma”.
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