La línea que separa la guerra de Rusia con Ucrania de un conflicto a mayor escala es cada vez más delgada. El impacto de al menos un misil de fabricación rusa en Polonia la adelgaza todavía más.

Faltan muchos detalles por conocer en el incidente ocurrido este martes. Esos detalles definirán la respuesta de la comunidad internacional.

Polonia confirmó que un misil de fabricación rusa fue el que cayó en su territorio y mató a dos personas. Aclaró, sin embargo, que no puede decir quién lo lanzó.

El quién, en este caso, es clave. Si se determina que Rusia es responsable, el hilo se adelgaza más. Si, por el contrario, se determinara que fueron prorrusos, la situación podría relajarse.

Otro factor es el porqué. Si la conclusión es que fue Rusia, pero de forma accidental, eso daría un poco de respiro al resto de países. Que haya sido un acto consciente y deliberado, como sugirió ayer Ucrania, le da un carácter mucho más grave a lo ocurrido. Desde que estalló la guerra, el nerviosismo ante la posibilidad de una nueva guerra mundial no ha parado de crecer.

Hasta ahora, un conflicto así no ha estallado. El propio presidente estadounidense, Joe Biden, ha insistido una y otra vez en que no es del interés de nadie una guerra mundial. Menos, cuando la amenaza de las armas nucleares está siempre presente —y cuando no, Vladimir Putin la recuerda. Los países han reaccionado con cautela a lo ocurrido en Polonia, incluso llamando “improbable” que Rusia haya lanzado el misil. Pero la cautela y la paciencia se agotan.

Entre más tiempo se alargue el conflicto, más riesgos hay de que se salga de control, de que una chispa encienda la mecha y entonces ya no haya nada qué hacer. Que cayera un misil en Polonia era algo que se veía venir. Y puede ocurrir en otros lugares.

Una negociación que ponga fin al conflicto sería la salida más positiva. Pero en estos momentos se ve difícil.

Rusia lanzó su andanada de misiles porque las cosas no están saliendo como lo planeaba. Ucrania no fue pan comido. Al contrario. Las tropas rusas se encuentran metidas en un atolladero y retiradas como las que tuvieron que ordenar en Khersón son un golpe a su orgullo y a los deseos de Putin de devolverle a Rusia sus viejas glorias.

Después de los referéndums en Donetsk, Lugansk, Khersón y Zaporiyia, cuestionados por la comunidad internacional por ser ilegales, se pensó en la posibilidad de que anexionarse esos territorios le serviría a Putin para tener un triunfo que mostrar y declarar el fin de la guerra. No ocurrió así y los demás países fueron firmes en su respuesta de que no reconocerían esos territorios como rusos. Pero hoy, Rusia no tiene esa ventaja para mostrar y, por tanto, ningún beneficio en salir de Ucrania.

Del lado ucraniano, tampoco se ve factible una negociación en estos momentos con los rusos. Las victorias obtenidas en el terreno les han dado bríos a las fuerzas de Volodimir Zelensky, que hoy van por todo.

Zelensky declaró la retirada rusa de Khersón como “el principio del fin de la guerra”, pero para Ucrania el fin significa una derrota total de los rusos y, quizá, el regreso de Crimea, el territorio que Rusia se anexionó en 2014.

Ucrania podrá mantener sus avances siempre y cuando los países aliados le sigan dotando de armamento de última generación para enfrentar a los rusos. Sin embargo, entre las naciones se evidencia ya un cansancio ante lo alargado del conflicto. No es fácil seguir enviando armas y recursos a Ucrania cuando la inflación y la crisis económica arrecia en casa.

Los escenarios son complicados. Si Ucrania deja de recibir apoyo, los avances conseguidos en el terreno se perderán. No sirve a Kiev y no deja bien parada a la comunidad internacional. Prolongar el conflicto es arriesgarse a otro misil en territorio ajeno al conflicto... y a que el hilo se rompa.

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