En la madrugada del sábado (23 de noviembre), en la hoy peligrosísima ciudad de Caborca, Sonora, un grupo armado hirió a balazos al estadounidense Sisson Jason Thomas. El veterano de la marina de 44 años venía de Puerto Peñasco y se dirigía hacia Estados Unidos, deseando cruzar por Nogales. Este incidente es sólo uno de los muchos eventos escalofriantes que se registran constantemente en esta región de México y que mantienen aterrorizados a sus pobladores. Derivado de la desesperanza y la desconfianza en sus propias autoridades, algunos caborquenses con los que platiqué hace unos días piden auxilio de forma desesperada e incluso expresan su beneplácito de que haya llegado Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos.

Para estas personas, el hecho de que el futuro presidente estadounidense haya sugerido una intervención militar en México para acabar con lo que ellos denominan “cárteles”—incluidos los bombardeos aéreos—es una buena noticia. Me dicen que las autoridades mexicanas a nivel estatal y federal se perciben rebasadas, además de que han sido completamente omisas y negligentes. ¡Qué retórica más peligrosa e inconsciente! Sin embargo, así funciona el miedo, pues no nos permite ver más allá, ni identificar correctamente a todos nuestros enemigos—dentro y fuera del país. La guerra contra los cárteles de Trump le haría un daño infinito a México y a todos los mexicanos; sólo que algunos sonorenses (por obvias razones) ahora no lo pueden ver.

Viajé recientemente a esta región, y específicamente visité Caborca y Altar para comprender mejor la situación de inseguridad en Sonora, así como las dinámicas del crimen organizado en una región estratégica de México. No era la primera vez que estaba ahí, pero sí fue, por mucho, la vez en la que me sentí más insegura. En momentos, sentí mucho temor; ahí se respiraba un aire de muerte y no pude dormir después de escuchar los testimonios de gente francamente desesperada, dispuesta a dejarlo todo en manos de un malintencionado líder populista de cabello raro, que juega con la idea de invadir militarmente a nuestro país para arreglar supuestamente la epidemia de drogadicción en la Unión Americana. La experiencia me hizo pensar en las nefastas consecuencias de una acción de ese tipo. Hacía mucho que no sentía este nivel de miedo, que sólo experimenté años atrás en los territorios del noreste y la región del Golfo de México donde operaba la temible organización de Los Zetas.

Ahora, en Sonora, la gente me narraba el terror constante que experimentaban con las múltiples balaceras, los asesinatos indiscriminados y enfrentamientos entre grupos criminales en los que incluso resultaban víctimas colaterales conocidos y familiares. Historias de vaqueros asesinados, secuestros, ganado robado, sicarios descontrolados y “puntos” de vigilancia (o halcones del crimen organizado) en “alerta máxima” formaban parte también de los testimonios que fui recopilando en las regiones que visité—desde Caborca hasta la línea fronteriza. En “tierra de narcos”, algo muy extraño ha estado pasando. A los polleros y a los narcotraficantes se les atravesó quizás el paramilitarismo de grupos delincuenciales de una nueva generación, que ahora están mejor armados, son más sofisticados en su actuar y son mucho más peligrosos. No respetan ni a la comunidad, ni al territorio donde operan, ni a sus recursos . . . porque “no son de ahí”.

Independientemente de los orígenes de ese tipo de violencia (en tierra estratégica) que haría temblar hasta al mismísimo Rafael Caro Quintero, destaca la negligencia de las autoridades mexicanas, especialmente la ineptitud del gobernador del estado de Sonora, quien irónicamente fungió como Secretario de “Seguridad y Protección” Ciudadana. Es inaudito que quien estuviera a cargo de la seguridad pública en México a nivel federal al comienzo de la pasada administración—que prometía transformar al país, pacificarlo y sacar al ejército de las calles—permitiera la toma de partes de su propio estado por grupos del crimen organizado. Ciudad Obregón, Guaymas, Empalme, Altar, Caborca, Sonoyta y el área de Santana se han vuelto zonas de guerra y de terror, donde los rehenes son los ciudadanos sonorenses, incluyendo uno que otro alcalde, migrante o visitante ocasional—mexicano o incluso extranjero como el Sr. Thomas.

Sí, el actual gobernador sonorense que viaja alegre por el mundo—llegando hasta China y Davos—presumiendo dudosos logros y vendiendo un opaco proyecto de energías renovables que podría conectarse a través de un “tren fantasma” y complementarse con una desaladora (con efectos ambientales potencialmente hiperdañinos para México), fracasó de forma estrepitosa en su encomienda. Esto, sin lugar a dudas, aceleró la militarización del país. En su triste periodo al frente de la seguridad pública a nivel federal se da la estocada final al proyecto civil de reforma policial. Así, se pasa la estafeta a los militares que llegaron para quedarse y, de ahora en adelante, encabezarán las labores propias de la policía federal.

Ahora, en vísperas del segundo periodo trumpista, y en un estado tomado (en partes) por la delincuencia organizada ante la ineptitud de su gobernador, el nuevo gobierno mexicano parece entender que debe “ponerse las pilas” y empezar a dar algunos “balazos”. Percibo que comienzan a abatir a sicarios clave y la presencia militar se extiende de manera apabullante en esta región del norte de México. Ya hemos vivido estas escenas antes en otros estados de la República Mexicana. Desafortunadamente, el éxito no ha estado de nuestro lado. En un estado fronterizo clave como Sonora, invadido por la violencia y el crimen organizado—ante la negligencia y el abandono de sus autoridades locales—más le vale a la presidenta Sheinbaum y su flamante secretario García Harfuch abatir a los sicarios y a los paramilitares (que dicen ser narcotraficantes), es decir, a los “bad hombres” de Trump.

De otra manera, se les va a hacer realidad a los aterrados pobladores de Caborca su “sueño americano” y el futuro presidente estadounidense les va a mandar misiles y soldados. Lo que ellos no saben es que la guerra de Trump será contra sus pueblos y para acceder a la fuerza a nuestros recursos naturales. Y el misterioso “Plan Sonora” del gobernador se diseñará de manera—ahora sí transparente—en territorio estadounidense, en Arizona principalmente, para abastecerse de agua, hacernos maquiladores y vendernos la energía que a ellos les sobra. En pocas palabras, el “infierno en Sonora” en la era del gobernador Durazo es la excusa perfecta para la facciosa guerra contra los cárteles de Trump.

Profesora de política y gobierno en George Mason University; es experta en estudios fronterizos, relaciones México Estados-Unidos, seguridad y migración.

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