La más grande, importante y noble institución de México, cuyos antecedentes se remontan a la Real Universidad de México y, posteriormente, Pontificia, en el siglo xvi, que ha influido en quienes hemos tenido el privilegio de haber sido aceptados por ella, es nuestra querida Universidad Nacional Autónoma de México. Mis padres, con el esfuerzo de gente de la clase media, sin estudios universitarios, pero sabedores de la importancia que tiene una preparación universitaria, hicieron posible que pudiera estudiar la universidad.
En 1968 fui aceptada por la unam para ingresar a la Preparatoria en el plantel Antonio Caso, “La Prepa de Coyoacan” (sin acento, siguiendo la opinión de Salvador Novo respecto de las voces de origen náhuatl). Mi vida cambió por completo. De pronto, del rigor de los estudios de primaria y secundaria, pasé a contemplar el mundo de la libertad, el conocimiento de materias apasionantes y, sobre todo, el encuentro con profesores de distintas corrientes ideológicas y religiosas, pero con algo en común: su elevada preparación profesional e incondicional amor por la docencia y por la Universidad.
Sin embargo, los estudios fueron interrumpidos por los terribles acontecimientos del movimiento estudiantil que nos marcó a todos, dejándonos una huella imborrable traducida en un profundo sentimiento de impotencia. Mi padre, luchador social y refugiado español, perteneciente a la generación de 1939, me apoyó en la lucha que libraban la unam y otras instituciones educativas contra el gobierno; me hablaba del episodio en que don Miguel de Unamuno pronunció, en la Universidad de Salamanca en 1936, aquellas estremecedoras palabras: “Venceréis, pero no convenceréis”, ante la necrófila expresión del general Astray: “¡Muera la inteligencia!”. También participó en la histórica marcha encabezada por el rector Javier Barros Sierra. Cuando se cuenta con padres que forjan en uno tales valores, no es difícil continuar erguidos ante la adversidad. Un recuerdo casi irreal y muy doloroso fue ver en Miguel Ángel de Quevedo tanques ligeros de guerra, apostados para atacar, si fuera necesario, a estudiantes de la unam. Tiempo después se reanudaron las clases con muchas ausencias de compañeros y profesores; unos habían muerto a manos de militares, otros estaban en Lecumberri como presos políticos.
Más tarde llegó el momento de elegir el área para dar inicio al nivel superior. Elegí la carrera de Derecho y supe, desde el primer día de clases, que la Facultad sería mi casa, mi hogar intelectual y mi futuro. No me equivoqué: conocí a profesores que marcaron mi vida, leí a autores que me abrieron un universo de conocimientos y, sobre todo, descubrí mi vocación: el derecho penal, la criminología y, por supuesto, la docencia. Soy producto de las enseñanzas de grandes maestros, heredé la pasión por la cátedra y fui receptora de las experiencias de vida de los profesores que, a la par de sus clases, incluían anécdotas y experiencias profesionales y personales que enriquecieron mi aprendizaje. Algunos de ellos fueron Alfonso Quiroz Cuarón, Luis Rodríguez Manzanera, Héctor Solís Quiroga, Javier Piña y Palacios (asesor externo) y Aurora Arnaiz, con quien no me inscribí, pero a quien seguí en conferencias, congresos y charlas personales.
Antes de titularme comencé como ayudante de profesor de distinguidos académicos como Sergio Correa García y Mariano Jiménez Huerta en la entonces naciente División de Universidad Abierta. Una vez titulada empecé con enorme entusiasmo a ser profesora de asignatura. Poco a poco, logré obtener la preparación para participar en los concursos de oposición de Delitos en Particular y tiempo después en Criminología; resulté vencedora en ambos y varios años después obtuve el anhelado Tiempo Completo (profesora de carrera).
En 1993, la Editorial Oxford University Press, publicó mi libro "Derecho Penal", que ha sido un referente de consulta como texto básico en varias universidades del país y que está contemplado en el programa oficial de la materia como texto base. En 2010, gracias al Círculo de Lectura (hoy extinto) creado en la Facultad de Derecho por la psicopedagoga Teresa Obregón, participé en un concurso literario internacional convocado por Txirula Kultur Taldea, institución cultural de Bilbao, España, donde mi cuento resultó ser uno de los ganadores y yo la única mexicana en obtener ese reconocimiento. El libro fue publicado y tres años después volví a participar e igualmente resulté ganadora, por lo que mi cuento fue publicado en un segundo libro. De la misma forma, en 2019 me fue otorgado el reconocimiento al mérito criminológico Medalla Alfonso Quiroz Cuarón.
Cuando terminamos la carrera universitaria no queremos dejar la institución en que nos formamos; muchos continuamos en ella como docentes, lo cual es una forma de retribuirle. Al mismo tiempo, muchos decidimos ser parte de Fundación unam, una pieza fundamental en la grandeza de nuestra Alma Máter y que durante su historia ha ayudado no sólo a los planteles, sino a los estudiantes, cuya formación superior sería impensable sin el apoyo de ésta.
Acabo de cumplir 42 años de antigüedad académica y continúo con el mismo entusiasmo, amando la docencia y con la pretensión de poder transmitir a mis alumnos la pasión por esta maravillosa carrera y por hacer de la docencia una “actividad profesional”, como sostiene el destacado pedagogo Porfirio Morán Oviedo, y no sólo una actividad adicional. Desde siempre y para siempre, mi inmensa gratitud a la Universidad, que me ha dado todo y que ha influido en los distintos rubros de mi vida personal, profesional y docente.
¡Gracias!
Facultad de Derecho