El discurso en México, pero también en los Estados Unidos de América (EUA), parece que se reduce a que o nos inclinamos por el neoliberalismo o por su némesis, el socialismo, para conducir nuestras economías.

Y por lo visto no hay matices ni “50 tonos de gris” en medio. ¿Es así de dramática y extrema la elección para nosotros los ciudadanos? La verdad, ¡no! Ni siquiera estamos hablando de una lucha dicotómica entre dos opuestos. Pero, planteado así por muchos políticos, esta situación se asemeja a la lucha entre “Batman y el Guasón”, o la del “bien contra el mal”, viejas historias para niños y cuentos de hadas.

Sin embargo, esta simpleza de planteamiento ha creado ya todo un revuelo a nivel global que nos tiene a un punto de quiebre.

Uno de los más destacados exponentes de la historia del pensamiento filosófico/económico del Siglo 18 (o tal vez un poco antes) fue Adam Smith, que en 1776 publicó su obra “La riqueza de las naciones”.

Esta gran contribución al pensamiento económico tuvo su inspiración en ciertas teorías filosóficas individualistas, pero tal vez más en lo que él observaba en las ciudades y pueblos de Europa del Siglo 18.

La gran aportación de Smith fue su poder de observación y síntesis, en una teoría que explicaba dicho comportamiento. Hubo otros pensadores anteriores y contemporáneos a Smith, pero fue este quien lo plasmó en un sistema coherente y con un poder explicativo razonable. Así nació la teoría económica clásica.

La idea principal de esta doctrina es que la economía tiende al equilibrio “por sí sola” y sin necesidad de regulación por parte del Estado. Es decir, la libre competencia establece la producción, la satisfacción de las necesidades y la distribución del ingreso.

Años después, Carlos Marx, basado en muchos pensadores como Thomas Hobbs y su Leviatán, publicó su obra cumbre El Capital (1867). En ella, y también producto de los pensadores de la época, pero más por la observación y análisis de la situación de los obreros en las fábricas ya existentes, determinó que, bajo esas condiciones, el trabajador estaría condenado a siempre ser trabajador y los empresarios “exprimirían” el trabajo de sus obreros y se harían inmensamente ricos.

Con esto, propuso otra teoría, la del “Valor-Trabajo”. Según esta, el valor de los productos está fijado por la cantidad de trabajo que se incorpora a la producción, de forma que tan solo una parte de dicho valor llega a los trabajadores en forma de salario, mientras que la mayor parte se destina las utilidades de los propietarios de las fábricas.

Por lo tanto, Marx proponía que la propiedad de los medios de producción (tierra y capital) deberían ser “comunal”, de ahí el comunismo. Pero como esta condición no era innata de las sociedades del momento, como sí lo fue la de Smith, entonces había que expropiar dichos medios y dárselos a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, cuando pensamos en sociedad, esta es una colectividad que no está organizada para fungirla, y por lo tanto no es práctico.

Marx planteó que fuera el “estado”, en representación de la sociedad, quien debería detentarla.

Esto puso los pelos de punta a más de uno y pronto fue suprimido por cientos de detractores.

Hasta aquí podemos ver ya una dicotomía, propiedad priva o propiedad comunal. Sin embargo, Marx reconocía como válidas muchas de las relaciones económicas planteadas por Smith, la diferencia era en que Smith pensaba en su “mano invisible” y Marx en su “control central del estado” para manejar el mercado de bienes y servicios.

Luego pasamos por evoluciones del pensamiento que llevaron al socialismo, Keynesianismo, neoliberalismo, etc. Pero no pretendo hacer una sinopsis de las teorías económicas de la humanidad, sino plantear un escenario y seguir con mi punto. Perdón por anticipado a todos mis colegas por sobre simplificar el tema, pero creo que vale la pena. Críticas aceptadas…

Mi punto es que, salvo esta pieza fundamental del bipolarismo, propiedad privada vs propiedad comunal, lo demás han sido intentos fallidos y lecciones aprendidas. Hoy podemos decir con cierta claridad que ni la “mano invisible” ni el “control total del estado” son la solución, y mucho menos la guía para ver al futuro.

Reconocemos que la propiedad privada y el capital son la rueda social que mueve a las personas para trabajar duro y superarse, a innovar y ser imaginativos, pero de forma descontrolada puede llevarnos la acumulación sin sentido, a la avaricia y a la codicia, ambos elementos fundamentales de la formulación del crimen en casi todas sus formas.

Por otra parte, el control central del estado tiene ciertas ventajas en la maximización de los recursos escasos, y la minimización del desperdicio, pero mal llevado, puede llevar fácilmente a una dictadura y a la corrupción. Más aún, en el caso de la URSS y Cuba, se dio un fenómeno social generalizado de apatía y de falta de innovación.

Entonces, la balanza de más/menos estado, o bien, más/menos mercado es el tema para resolver. Si consideramos una economía de mercado, donde partimos de la propiedad privada de la tierra y el capital, pero descansamos en el estado para vigilar la buena marcha de la colectividad, entonces tendríamos una tercera vía. Es esto lo que sé ha dado en llamar como una economía “mixta”.

¿Cómo sería en una forma práctica dicha economía mixta? Pues existen tareas para las cuales el capital o iniciativa privados pueden desarrollar mejores fuentes de empleo, nuevos productos, financiamiento, tecnologías, innovación, y por la concurrencia en el mercado, los precios.

Hay otras en donde el estado está mejor equipado para hacer el trabajo, como en la impartición de justicia, la seguridad nacional, la salud, la educación, la distribución del ingreso, el control del mercado interno y los monopolios, la infraestructura de comunicaciones, etc.

Pero atención, cuando decimos estado, no nos referimos al estado-político, sino al estado como institución. El estado-político cambia con el tiempo (y debe cambiar), pero el estado institución no.

Desde la creación del Instituto Federal Electoral (hoy INE) y la independencia del Banco de México, en los últimos años del siglo pasado, en México se estaba transitando, con buenos resultados, del estado-político al estado como institución.

Y veíamos, con agrado, que dichas instituciones no se doblaban a los deseos del presidente en turno (bueno, en la mayoría de los casos). Sin embargo, hoy vemos con tristeza como dichas instituciones se están desmantelando o cooptando, bajo el argumento de que son productos del neoliberalismo.

No estoy arguyendo que todas nuestras instituciones son buenas, o que sus integrantes son o eran impolutos y sabios, lo que digo es que ese es el camino. Existe todavía un trecho por recorrer en esa institucionalidad, pero el eliminarlas o subyugarlas no es el camino para perfeccionarlas.

Pues volveremos al punto de partida, donde el estado-político dicta todas las reglas y la sociedad las obedece. Nuestras lacras, vicios e infortunios nacen de ese estado-político adicto al poder que fácilmente cae en la corrupción.

Nuestra verdadera elección no es entre neoliberalismo o el socialismo, ¡es entre estado-político y estado-institución!

 

Consultor en Comercio Internacional e Inversión Extranjera, con más de 40 años de trayectoria en los sectores privado y público. gc@nais.mx

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