Ahora que se está analizando el “paquete fiscal” para el 2021 ¿Qué es primero los impuestos o el Presupuesto? El sentido común nos diría que primero son los impuestos, pues representan los ingresos del gobierno que luego podrán distribuir en su presupuesto.
Pero nuestro sistema de administración pública prevé presentar ambos al Congreso en un solo momento, y se les llama “paquete fiscal”. Luego, la parte de impuestos, o Ley de Ingresos, debe pasar por ambas cámaras, mientras que el presupuesto de gastos solo debe ser aprobado por los diputados.
Pero en general, dicho paquete fiscal, debe seguir la lógica de que el gobierno no puede gastar más de lo que cobraría en impuestos en un año determinado, so pena de caer en déficit y buscar un préstamo para subsanar el faltante.
Pero ¿y qué pasa si sobrara dinero?, en principio, y presuponiendo un equilibro en las finanzas pública, no debería haber sobrantes, pues esto significa que el gobierno dejó de hacer algo, o presupuesto mal. Ambos casos no son aceptables.
Como sociedad, hemos llegado al convencionalismo de que el estado/gobierno, realice por nosotros ciertas actividades que, por su naturaleza, no las confiaríamos al sector privado, o a un ciudadano cualquiera.
Pero sí las confiamos a un grupo de ciudadanos electos para ello, claro, sobre la base de nuestra división de poderes en la República Mexicana. En un artículo subsecuente trataré el tema de la repartición del presupuesto entre federación, estados y municipios.
Para realizar las actividades encomendadas al estado, el gobierno requiere dinero, y de ahí es que nacen los “impuestos”. Sé dice que los impuestos son eso, impuestos a la población y que no recibe nada a cambio (del verbo imponer), tratando de diferenciarlos de los “derechos” en donde el ciudadano recibe algo a cambio, pero es una acepción miope y errónea. El ciudadano sí espera recibir algo a cambio del pago de sus impuestos.
A lo largo de los años hemos tratado varias formas impositivas para conseguir dicho dinero de los ciudadanos. Y en general, estos se pueden dividir entre impuestos directos e indirectos. Un ejemplo de impuesto directo es el “Impuesto sobre la Renta” o ingreso (ISR), que directamente se aplica sobre los ingresos de las personas y empresas.
Por otra parte, están los impuestos indirectos como sería el “Impuesto al Valor Agregado” (IVA), pues este no es dirigido a una persona en particular, sino más bien al consumidor de un bien o servicio, independientemente del ingreso de la persona o empresa.
En cuanto al tema del ISR, hay que considerar que, como no todos los ciudadanos tienen los mismos ingresos, y más en un país como México donde la brecha de ingreso es brutal, este impuesto debe ser diferente según el nivel de ingreso.
Así pues, la característica que el ISR tiene se llama “progresividad”, de tal manera que las personas con mayores ingresos paguen un impuesto más alto.
Suena bien, ¿verdad?, Pero desgraciadamente, vemos como en el caso de México esta progresividad esta distorsionada y podemos ejemplificarlo de la siguiente forma.
Mientras que, en los ingresos más bajos, digamos de $6,000 pesos por mes, al nivel de $10,000 mensuales el impuesto crece de menos del 2% hasta más del 16% (14 puntos porcentuales), del nivel que va de más de $10,000 a $38,000, el impuesto crece del 16% hasta el 24%, para que al final de la tabla, y en los ingresos más altos, que van de más de $38,000 al infinito la tasa del impuesto crece solo del 24% al 35%.
Se aprecia que la progresividad está muy cargada en los rangos medios y bajos, que van de $8,000 a $70,000 pesos por mes, y para los rangos altos el aumento es marginal.
Por ejemplo, un profesional que ha trabajado, digamos 30 años, y ha cultivado una buena carrera en una empresa y gana $70,000 pesos al mes, él ya está en 30% del ISR, pero el jefe de su jefe, que gana $500,000 pesos al mes, está en un impuesto del 35%, esto es solo 5 puntos porcentuales por arriba, pero la diferencia en ingresos es ¡brutal!
Con esto quiero decir que, si bien la “progresividad” de los impuestos es algo reconocible y recomendable, dicha progresividad para el caso de México está distorsionada, cargándoles la mano a los ciudadanos de ingresos medios y bajos.
¡Y esto es para las personas físicas, pues para el caso de las personas morales (empresas), la tasa está al 30% parejo! Pero aquí el problema estriba en lo que se conoce como la determinación del ingreso gravable. Y la razón es sencilla, las empresas pagan sobre los ingresos menos los gastos, o sea la utilidad. Pero es aquí donde la cosa se pone complicada, y casi ¡tenebrosa!
Respecto a dicho ingreso gravable, existen miles de artículos en leyes, códigos fiscales, y reglas generales y específicas, que hay que saber para llegar a identificarlo y determinar el monto exacto de tal ingreso.
La verdad, es casi tan complicado como encontrar la cuadratura al círculo. Por ello, han nacido firmas y despachos de servicios fiscales con eufemismos como “planeación o estrategia fiscal” o “asesoría patrimonial”.
Cuando en realidad es asesorar al contribuyente y las empresas a cómo maniobrar en el complicado entramado de leyes, reglamentos y regalas que tenemos para pagar menos impuestos.
Para colmo, tan pronto la autoridad encuentra una fisura por la cual los fiscalistas llevan a sus clientes a pagar menos impuesto, ellos ponen más leyes y reglas para evitarlo, logrando solo complicar más el entramado ya tortuoso. Y como siempre, los fiscalistas buscan nuevas fisuras en el andamiaje impositivo y el ciclo se repite de manera constante.
Algo muy parecido pasa con el IVA o impuesto directo, pues en principio toda transacción debería pagar el impuesto, pero la autoridad ha creado “excepciones” o “baches”, mismos que aprovechan las empresas para colarse por ahí.
En eso punto, debemos considerar un punto adicional, que al parecer las autoridades fiscales no han considerado, y que se llama “eficiencia marginal del impuesto”.
Concepto que básicamente dice lo siguiente: a niveles bajos, el impuesto es más fácil que sea pagado por la gente, pues no impacta mucho en sus ingresos, pero que, a niveles altos las personas buscaran formas, algunas no legales, para evitar pagarlo.
Acuérdense de la leyenda de Robin Hood, donde el malvado Sheriff cobraba un impuesto del 100% a los aldeanos, y por lo tanto los aldeanos al verlo llegar para cobrar los impuestos escondían todo, y luego el Sheriff les decía, y como comen, pues ¡por la gracias de Dios, señor!
El IVA debería ser un impuesto muy fácil de cobrar, porque lo cobra el vendedor de un producto o servicio, pero en México su eficiencia es del 50 al 60%.
Actualmente, la recaudación de IVA de México como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) es de 3.9%, mientras que el promedio de los países de la OCDE es de 6.9% del PIB. ¡Y vaya que ya ha aumentado! pues en la actualización del impuesto, cuando pasó del 10% al 15% en 1994/95, su porcentaje con respecto al PIB paso del 2.6 al 2.7%.
O sea, con un aumento del 50% en el IVA, su recaudación solo añadió un mísero 0.2% del PIB, cuando se hubiera esperado un aumento del 1.3%.
La razón para la evasión es muy sencilla, una estructura impositiva legal compleja, altas tasas de impuesto, y autoridades ineficientes, todo esto hace que México tenga una de las menores tasas de recaudación de países con economías similares.
¿Qué podemos hacer? Pues para comenzar, simplificar el sistema recaudatorio ¡hacer fácil pagar impuestos!
Por ejemplo, si en vez de pedirle a una empresa que presente su utilidad para la determinación del impuesto, y por ellos nos peleamos en cómo hacerlo, no sería más fácil fijar un impuesto sobre los ingresos y ¡tan-tan! Si una empresa factura $1,000 y sus gastos comprobables son de $800 entonces su utilidad es de $200, al 30% de ISR, entonces el impuesto a pagar sería de $60 pesos. ¿No sería más fácil decir, te cobro un impuesto del 6% sobre tu ingreso y nos quitamos de problemas para calcular el ingreso grabable?
Para el caso del IVA, la propuesta pudiera ser reducir la tasa del 16% al 10%. Por una sencilla razón; evadir no es gratis, evadir cuesta, y cuesta más o menos un 4% del ingreso. A eso habría que agregarle la aversión al riesgo de ser “cachado en la movida”, que se podría estimar en otro 4%, entonces con un 8% de costo, el 16% de IVA se presenta como muy deseable el evitar pagarlo.
Pero si este fuera de solo el 10%, entonces habría más gente que no tomarían el riesgo y pagarían. Más aún, si se eliminaran los IVA´s diferenciados en Básicos y Medicinas, ¡capaz que llegaríamos al 6% del promedio OCDE!
¿Qué hay de la informalidad, o la economía informal? De nuevo, si el sistema impositivo fuera fácil de cumplir, esto abonaría a que más número de personas se incorporaran al sistema formal de la economía. Más aún, si se delegara la potestad de cobrar el ISR y el IVA a los municipios, sobre la base que es solo sobre el ingreso, estos lo pueden aplicar junto con el “derecho de piso” que ya cobran.
En fin, estamos metidos en el embrollo de cobrar pocos impuestos, y un 50% de la gente en la informalidad, por nuestra propia visión corta y controladora.
Esta evasión, e informalidad, no es un cáncer como lo han calificado muchos gobiernos, sino una enfermedad crónico-degenerativa, como la diabetes, la cual la hemos creado nosotros mismos a lo largo del tiempo. Y nosotros tenemos todo para quitarla, ¡claro! con inteligencia y tiempo.
*Consultor en Comercio Internacional e Inversión Extranjera; fue Subsecretario de Energía en Nuevo León
Gcanales33@hotmail.com