Imposible negarlo, el golf se juega en todas partes del mundo, a pesar de lo complicado que puede ser practicarlo.
El PGA Tour ha decidido afianzarse en Estados Unidos, pero también cuenta con dos etapas en México, una en Puerto Rico, otra en Bermudas, una más en Japón y Canadá.
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El LIV Golf, el circuito más reciente —con un fuerte capital—, está intentando sacar provecho de su roster internacional y determinó llevar eventos a países como el nuestro, Australia, Tailandia, Hong Kong, Singapur y Arabia Saudita.
No existe rincón en el mundo donde no podamos ver una pelota blanca con hoyuelos volar por los aires, y un ejemplo claro es lo que me ha tocado vivir esta semana en Antalya, Turquía.
Es una pequeña ciudad al sur de la nación, en la costa del Mar Mediterráneo, y se encuentra rodeada por ruinas griegas, romanas y otomanas, pero también por espectaculares campos. Fue aquí, en 2012, donde se llevó a cabo una de las hazañas más gloriosas del golf mexicano. Sebastián Vázquez se coronó en el Mundial Amateur y el conjunto tricolor quedó en segundo lugar en el campeonato por equipos.
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Esta semana, golfistas de todas las latitudes se vuelven a reunir en esta ciudad para la octava edición del Turkish Airlines World Golf Cup.
El torneo empezó a reunir a estos golfistas desde el domingo de la semana pasada; lunes y martes fueron rondas de práctica, donde periodistas y jugadores comenzamos a hablar un mismo idioma: El del golf. El miércoles arrancó la primera ronda y hoy se juega la última, pero —independientemente de la nacionalidad del ganador— todos nos iremos con la certeza de que este deporte une.
El futuro del golf se ve más fuerte que nunca y brilla con letras de oro dentro de este mundo globalizado, porque —sin importar raza, color, religión o idioma— es por y para todos.
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