El presidente López Obrador tuvo el abierto descaro de celebrar lo que cínicamente llama 5 años del comienzo de la transformación pacífica de México. El denominado AMLO Fest se dio en medio de una de las semanas más violentas que hayamos vivido.
En pocos días el horror se adueñó de nuestro país. La explosión de un coche bomba en Celaya, la aparición de un líder del Partido Verde desollado en Guerrero, el éxodo de cerca de 800 personas por la violencia en Apatzingán, el asesinato de la subdirectora de Seguridad Pública de Tecate, los arteros asesinatos de Hipólito Mora y del director de la policía de Linares, son solo algunos de los hechos que reflejan un país colonizado por la violencia criminal y asediado por la delincuencia organizada. Todo ello, ante la indiferencia de un gobierno que ha renunciado a su función esencial de garantizar la seguridad de la población.
El presidente ha transformado las genuinas prioridades del Estado mexicano: hoy no importan la salud, la educación, la seguridad y el empleo; lo fundamental es garantizar la continuidad de un movimiento que se ha caracterizado por su enorme potencial destructivo y su ilimitada rapacidad. Mientras se festinan obras insensatas y costosas, las corcholatas presidenciales recorren el país violando la legislación electoral, con propuestas que solo atinan a garantizar la continuidad de políticas públicas que han fracasado dramáticamente.
La oleada de calor que azotó al país puso en evidencia la fragilidad de políticas preventivas, las fallas de los sistemas de protección civil y las carencias notables en materia de infraestructura sanitaria y energética. Al menos 112 personas muertas por el calor es el costo lamentable de un gobierno inepto que todos los días minimiza el desastre, tolera y fomenta la corrupción y silencia el horror que está provocando por todo el país.
Comunidades enteras han quedado al margen de la ley, múltiples carreteras son hoy intransitables y amplias zonas del país son inaccesibles. Poco a poco, se amplían los territorios en los que las autoridades han sido reemplazadas por grupos criminales que secuestran, extorsionan, cobran derecho de piso y obligan al desplazamiento de poblaciones enteras.
Desde Baja California hasta Quintana Roo, la violencia y la pobreza se extienden, mientras que la otrora poderosa Secretaría de Gobernación, se ha convertido en una patética agencia gubernamental al servicio de la presión, la extorsión, la coacción y la amenaza. Los aparatos de inteligencia se usan para espiar a opositores y las fiscalías imparten justicia de forma sesgada: exoneración para los leales e incondicionales, por otro lado, condenas y cárcel para críticos y disidentes.
Mientras la fanaticada celebra el AMLO Fest, el país se nos incendia ante nuestros ojos y se nos deshace en nuestras manos. No hay institución ni proyecto heredado del pasado que no haya sido sujeto al más artero ataque o a la más insensata destrucción. Los esfuerzos por consolidar un sistema de salud universal y un sistema educativo de calidad para todas y todos han quedado sepultados por proyectos improvisados y ocurrentes, que han generado costos descomunales y efectos negativos en la economía. En medio de los bloqueos y la desesperación, se da también el deterioro de la civilidad y de las reglas del juego democrático: predominan la intolerancia, los ataques a los opositores, las denuncias hacia la prensa crítica y los intentos reiterados de destruir las instituciones republicanas.
La crisis de desabasto de medicamentos, la destrucción del sistema nacional de vacunación y la aniquilación del exitoso Seguro Popular se han sumado a la reciente cancelación de 36 Normas Oficiales que han dejado en la indefensión a pacientes y médicos; estos últimos han salido a las calles para denunciar la falta de insumos, las deplorables condiciones de trabajo y el deterioro acelerado de la infraestructura.
El evento del 1 de julio se promociona como una victoria del pueblo, en medio de la manipulación de programas sociales clientelares que reproducen la pobreza todos los días y aumentan la población vulnerable. La insensible conmemoración se da ante los ojos perplejos de un país con 160 mil personas asesinadas, 100 mil desaparecidas, más de 700 mil muertes por la pandemia y 80 mil feminicidios, tan solo en lo que va del sexenio.
La fiesta, caracterizada por la manipulación, el dispendio y el acarreo, niega en su dinámica de culto a la personalidad, los valores de nuestra democracia: la pluralidad, el diálogo y la inclusión. Niega también en sus raíces, las posibilidades de un México en constante desarrollo, en el que las capacidades humanas ampliadas y el imperio de las libertades sean la ley de todos los días. En lugar del progreso anunciado, tenemos una peligrosa regresión a la barbarie y a la sinrazón, todo ello en medio de un festejo indolente, cuando en el fondo, no hay nada que festejar: México es ingobernable porque carecemos de un auténtico gobierno.
Senadora por Baja California.
Presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte.
@GinaCruzBC