A raíz de la pandemia, nuestro país tiene una oportunidad única para consolidarse como un polo de atracción de cadenas de valor, lo que detonaría inversiones, crearía empleos, promovería a los sectores económicos y potenciaría el crecimiento.

Tres son las posibilidades para la atracción de cadenas de valor: el “ally-shoring” con el cual se realizan cambios en las cadenas de suministro para incluir a otros países en un escenario ganar-ganar, bajo la confianza que da la estabilidad de las naciones receptoras; el “offshoring” que permite reducir los costos laborales de las empresas a partir de alianzas entre compañías con intereses comunes; y el “nearshoring” que consiste en la relocalización de empresas en las fronteras.

Los beneficios de la atracción de cadenas de valor son múltiples: permiten optimizar procesos productivos, reducen costos de transporte y asociados, fomentan la colaboración entre países y llevan al incremento de la productividad.

Las empresas que buscan relocalizarse en México demandan mano de obra calificada, para lo cual, las inversiones en capital humano y el fomento de la investigación científica son cruciales. Existirá también una creciente demanda de energía eléctrica generada a partir de fuentes renovables, así como la necesidad de infraestructura logística y de transporte para agilizar tiempos y reducir costos.

Los factores anteriores son determinantes para aprovechar la gran ventana de oportunidad que tenemos ante nosotros. Esto significa que el gobierno del presidente López Obrador deberá abandonar sus viejas ideas, para dar los pasos decisivos hacia el futuro que ya nos alcanzó.

La construcción de confianza es indispensable, no sólo para atraer inversiones, sino también para garantizar un entorno óptimo para las empresas. Las actuales decisiones gubernamentales, caprichosas e inestables, inspiradas por las rancias ideas de una sola persona, deben dar paso a una visión estratégica del Estado mexicano, en la que se expresen las múltiples voces y se garantice el respeto incondicional a las leyes y acuerdos.

La política energética basada en el uso de combustibles fósiles debe abandonarse de forma definitiva: las empresas extranjeras demandan energías limpias y renovables para instalarse en nuestro país, en caso

contrario, naciones como Canadá capitalizarán la gran oportunidad.

La idea de que las cadenas de valor deben atraerse prioritariamente al sur-sursureste del país es por el momento irrealizable. Antes deberá desarrollarse un ambicioso programa de infraestructura que garantice la más amplia movilidad, multimodal e interconectada. Se requieren además cuantiosas inversiones en capital humano especializado en industrias intensivas en el uso de conocimiento y tecnología.

Por último y no menos importante, el gobierno debe comprometerse, en los hechos, y no sólo en los dichos, con una amplia agenda democrática, promotora de libertades, respetuosa de derechos y guardiana del orden legal y del sano equilibrio de poderes.

Si todas estas condiciones no se dan, habríamos perdido una ventana de oportunidad única, todo por causa de decisiones que, en lugar de insertarnos estratégicamente en los procesos globales y de apostar por un futuro que ya está aquí y ahora, se basan en la negación del mundo y en la nostalgia del pasado.

Los ojos de la mega región de Norteamérica están hoy puestos en México, es nuestro país quién aún no se da cuenta del potencia a la vista.

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