Conocí a Miguel Ángel Yunes Linares hace treinta años. Era secretario de Gobierno en Veracruz, yo, un enviado de Carlos Castillo Peraza, presidente nacional del PAN. Era 1994. Quizá el senador Yunes Márquez todavía no tenía credencial para votar, pero su padre era un funcionario diligente y temido. Patricio Chirinos era el gobernador, y prácticamente lo dejaba hacer y deshacer a su antojo.

Ese año se celebraban elecciones locales para renovar los ayuntamientos. Mi tarea fue animar y conseguir candidatos. Era difícil convencer a la gente de participar como candidato del PAN. Los cargos no se rapartían, se rogaba aceptarlos. Todo era del PRI. Ni siquiera el dirigente estatal panista era de Veracruz, era un sinaloense avecindado en Fortín de la Flores, César Leal, personaje pintoresco de lenguaje brillante, cultura sobresaliente, ingeniero químico capaz de recitar poesía en plena playa de Nautla, sin quitarse la corbata de moño, con una temperatura de 40 grados.

Yunes tenía el control del Congreso, del partido oficial, del Tribunal local, del órgano electoral, de la policía, de (casi) todos los medios de Veracruz, de los sindicatos, algunos de la CTM muy poderosos en el puerto, otros petroleros en el sur del Estado. Nada parecía moverse sin su visto bueno.

Logramos registrar con un grupo de jóvenes, más de cien planillas panistas, en los más de doscientos municipios veracruzanos. El PAN ganó por primera vez cerca de veinte, entre ellos Orizaba, Córdoba, Tlacotalpan (la tierra natal de Agustín Lara), Coatepec, y también el simbólico Puerto de Veracruz, con un candidato popular, Roberto Bueno. Yunes no reconoció ese triunfo, lo recuerdo perfectamente. Quería “soltar” Córdoba a cambio de que el PAN aceptara la “derrota” en Veracruz. Le llamé a Castillo Peraza para informarle, quien de inmediato me dijo que me presentara al día siguiente en la oficina del gobernador con todas las actas. Así lo hice, y antes de entrar con el gobernador Chirinos, se apareció Yunes y me dijo: “Felicidades, ganaron Veracruz”. Me reí. Así empezó a ganar el PAN Veracruz, una década antes que “los Yunes” se volvieran panistas en ese “pedacito de patria que sabe sufrir y cantar” (póngale voz de las jarochas Toña La Negra o de Yuri).

En esa tierra rica que vio nacer al vendepatrias Antonio López de Santa Anna, y a Sebastián Lerdo de Tejada, verdadero liberal que defendió la República y la división de poderes, donde Yunes optó por el camino del primero. Trabajó para Zedillo en la Secretaría de Desarrollo Urbano, con Fox en Gobernación, con Calderón en el ISSSTE y con el PAN como gobernador, diputado, etc. La pregunta es ¿cuántos combatimos a Yunes primero, para después arroparlo? (me lo pregunto en primera persona). Esa es la cuestión esencial, porque como dice William Glandstone: “Lo moralmente falso, no puede ser políticamente verdadero”. ¿Otra vez chuparse el dedo con Yunes y su libertad parlamentaria? Ayudó a Morena a tener todo el control del poder en México, como él lo tenía hace treinta años en Veracruz.

Pero igual que hace tres décadas, el futuro está con los jóvenes que hoy protestan en las calles y defienden la ley, la justicia y la libertad, a los que el PAN debe abrir las puertas. Más pronto que tarde caerá esa reforma y los rencores y transas que la cocinaron. El PAN a sus 85 años (derrotado y maltrecho) paga la alianza con Yunes; pero también AMLO, que cruzó el pantano —para citar al jarocho Salvador Díaz Mirón—, y manchó su plumaje.

Diputado

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