“Sólo lo que se nombra existe”, dijo Claudia Sheinbaum, en su primer discurso ante el Congreso de la Unión. Aunque la frase se atribuye a George Steiner, es falsa. ¿Lo que no se nombra también existe? “Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico”, dijo contundente Ludwig Wittgenstein, y lo debería saber una científica que ayer se confesó “mujer de fe”. ¿Existe la fe?

Pero al seguir la tesis presidencial de nombrar para existir, vemos unas ausencias que nos dibujan un futuro sexenio de palabras huecas, o de silencios deliberadamente perniciosos.

No nombró a Norma Piña (a la que tenía a un metro, aunque al llegar la saludó) también mujer, y también presidenta de un poder de la Unión mexicana. No nombró a las madres buscadoras, ni a las mujeres violentadas, ni la inseguridad en la que sobrevive el país.

No nombró a Vicente Fox, pero dijo lo mismo: “no les voy a fallar”. No nombró a Carlos Salinas, pero expresó lo mismo: “voy a acordar con los empresarios y con Estados Unidos”. No nombró a Enrique Peña Nieto, con lo que el segundo piso de la cuarta transformación seguirá en el cachondeo con el presidente responsable de Ayotzinapa.

No nombró de dónde va a sacar el dinero para trenes, carreteras, aviones, obras y más programas sociales. Ni tampoco nombró al secretario de Hacienda que con tanto regalo, sólo tragaba saliva y volteaba al techo. No nombró el poder tributario de los estados para verdaderamente igualar a los mexicanos.

No nombró a cientos de países porque simplemente no vinieron a su toma de posesión, entre ellos faltó España, aunque sí nombró a los representantes marginales —colados en el evento— del parlamento español que juntos caben en un elevador.

No nombró a la oposición política, ni agradeció el reconocimiento inmediato de su victoria, de otra mujer, Xóchitl Gálvez. PAN, PRI, MC, no existen. Y en las comisiones de cortesía, ni sus socios el PT y el PVEM.

No nombró a las iglesias, lo que me lleva a la pregunta obvia, si la Presidenta es “mujer de fe” —como se autodenominó públicamente—, pues también públicamente sería oportuno explicar (nombrar) en qué o en quién deposita su fe: ¿en la suerte, en el cosmos, en los Santos Reyes o en San Andrés?. El humanismo mexicano son dos palabras que, hoy, no dicen nada.

No nombró alguna agenda internacional o global, (salvo el TMEC), lo que significa que México seguirá el camino de un nacionalismo inútil, codeado con tiranos, que no mejorarán nuestras condiciones de vida.

No nombró (correctamente) la historia, mencionó a Morelos por “los sentimientos de la Nación”, no por fundar el Poder Judicial independiente mexicano.

No nombró a las y los periodistas (mucho menos muertos), cuya labor precisamente es la de “nombrar” las cosas, denunciarlas, reportearlas, exhibirlas, y ese trabajo es peligroso en México.

No nombró a las universidades públicas de todo el país, que muchas sufren por los apoyos o becas directas que se dan a muchos jóvenes, pero ni una palabra a la investigación, el desarrollo tecnológico (salvo que va a regalar internet).

AMLO mostró que nombrar también puede ser difamar o calumniar. Gobernar es más que sólo abrir la boca. ¿Acaso no será prudente escuchar? En lo que no le interesa o conviene la Presidenta, sí siguió a Wittgenstein que finaliza su Tractatus Logico-Philosophicus, con ésta sentencia: “De lo que no se puede hablar hay que callar”.

Diputado

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