¡Díles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad”. Ese drama, esas palabras desesperadas que dibujan una agonía, encierro y brutal animalidad, escritas por el jalisciense universal Juan Rulfo, debieron oírse, pensarse o sentirse en el campo de concentración y exterminio de Teuchitlán, Jalisco.

Crueldad y barbarie. Huele a un inmenso funeral nuestro país. El martes pasado en la Cámara de Diputados se guardaron cuatro veces “un minuto de silencio”, por distintos episodios trágicos. Ayer, otra vez, un minuto más, en el lugar donde deberíamos investigar, parlamentar, condenar y proponer soluciones de vida. Parece que vivimos sobre un catafalco sin conmovernos frente al dolor de los que van cayendo. ¿Quién sigue en la fila que termina con la tierra encima? Mientras los balazos siguen por doquier, nos abraza una indolencia “gubernamental” muy conocida del sexenio de López Obrador, pero también una falta de compasión social para sentir al otro, fundamento de una sociedad viva. ¿Está inerme nuestra capacidad cívica de indignación? ¿Tenemos anestesiadas nuestra condolencia y piedad humanas?

Son muchos años de defunciones. En la época de Ernesto Zedillo, Acteal en Chiapas; con Fox, Agua Fría en Oaxaca; con Calderón, San Fernando en Tamaulipas; con Enrique Peña Nieto, Ayotzinapa en Guerrero; y con López Obrador, el reguero de muerte fue brutal, inenarrable, incalificable. Cada muerte parece un silencio más hondo y un vacío inmenso, donde México poco a poco, se transforma, sí de la cacaraqueda “transformación” obradorista, en un triste sepulcro sin gloria.

En el último cuarto de siglo, Fox reportó 60 mil muertos, con Calderón la cifra se duplicó a 120 mil, con Peña se elevó a 156 mil, pero López Obrador dejó casi 200 mil mexicanos asesinados. López Obrador triplicó los homicidios violentos de Fox, y digámoslo claro: los asesinatos en los gobiernos del PAN, Fox y Calderón, no superaron juntos en 12 años, los fallecimientos de sólo seis años de López Obrador, el periodo más mortífero en México, sin contar el Covid y los muertos de Hugo López Gatell, y sin sumar a las personas desaparecidas que en este sexenio ocultan. Con el agravante de que el tabasqueño prometió la reconciliación del país, anduvo con rollos de “perdón” a los criminales, “justicia transicional” y dizque “atender las causas”. Más allá de las cifras y el fácil grito mentiroso de “se acabaron las masacres”. La matanza obradorista fue un goteo cotidiano de casi cien mexicanos diarios. ¿El segundo piso de la cuarta transformación es otra lápida, es una palada más de tierra a los jóvenes que construyen el futuro? ¿Además de becas ya echarán a andar el programa de ataúdes del Bienestar? Heredó una inercia de violencia por acción y por omisión, pero, ahora ese legado quedó, literalmente a tumba abierta en Teuchitlán, Jalisco. ¿En qué otros cementerios clandestinos se están pudriendo los abrazos y no balazos a los mafiosos?

México se ha convertido en ese gran Comala rulfiano (perdón Rulfo) donde reina la muerte. Misterio y desolación en manos de los “dueños” de vidas y haciendas: los capos criminales. Las madres buscadoras se adentran en este nuevo Comala. Ahora encontramos miles de zapatos, pero México vive entre fantasmas que se dieron cita en Teuchitlán. ¿Mañana de dónde resonará, otra vez, ese silencio mortal? A diferencia del jalisciense de Apulco, el presente gubernamental tiene una relación intolerable con los matones mexicanos, tal y como dijo Donald Trump, sí, aunque el mismo Trump quiera una relación intolerable con los matones del planeta.

Posdata herética.- Soy mal católico. Alguna vez me vestí de monaguillo en mi pueblo; desde esa investidura, me siento autorizado para condenar y manifestar públicamente mi repudio al portador de una sotana: Alejandro Solalinde, por condenar a dos mujeres. No lo maldigo, ni le digo anti-cura. Simplemente afirmo que la misericordia que pregona el Papa Francisco le alcance en el juicio del más allá; porque en el juicio de hoy debe estar viviendo en un infierno de odio terrenal. Allá él y “su” verdadero Dios. Todos sabemos que pertenece a otra iglesia, donde le rezan a “ya saben quién”.

Diputado federal

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