¿En verdad López Obrador honró a Benito Juárez? Hoy se cumplen 218 años de su natalicio en San Pablo Guelatao, Intendencia de Oaxaca, en 1806, cuando faltaban cuatro años para que iniciara la guerra de Independencia.
Juárez y su generación, dice Octavio Paz, fundaron un Estado cuyos ideales serían los de una República moderna alumbrada por la Ilustración de Rousseau, Montesquieu, Marat y tantos. Juárez soñó con una convivencia de criollos, indios, mestizos, con matices y opiniones, con separación de poderes y garantías individuales, es decir, límites de “soberanía popular” al poder político, establecidos por la razón y los argumentos deliberados, cuyo testimonio culminó en la Constitución liberal de 1857. ¿En verdad el presidente de México quiere, aprecia y respeta a esa República imaginada por el oaxaqueño; hace de su gobierno un monumento a Juárez donde ensalza la “cosa pública” y no trata su mando como “cosa privada”?, ¿respeta las identidades personales como fronteras que tiene el ciudadano frente al gobierno, esencia fundacional y fundamental del republicanismo?, ¿venera esa herencia de la Ilustración que es una Constitución?, ¿abolió o fomentó los gobiernos unipersonales? Juárez acabó con la monarquía, pero López Obrador subió al cerro de Las Campanas, a muchos mexicanos por pensar distinto: Lorenzo Córdova, Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret, José Ramón Cossío, Norma Piña, Juan Luis González Alcántara Carrancá, entre muchos otros. ¡Valiente gobierno dizque juarista del matonismo mediático!
Benito Juárez presidió la Suprema Corte de Justicia de la Nación, López Obrador quiere derribarla con su propuesta de elegir popularmente a los ministros. Muchos liberales fueron grandes juaristas y juristas, amaban el derecho y aborrecían el capricho. No imagino a Juárez gritando: “no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”; respetaba al Congreso, y éste lo derrotó varias veces, como cuando pretendió rehabilitar al Senado, jamás se atrevería a decir a los diputados: “no le muevan ni una coma”. Ningún liberal de ayer o de hoy, puede abrazar una superstición como la que hoy se llama obradorismo. La nueva feligresía conservadora (o “continuadora” diría Claudia Sheinbaum) confunde lealtad y servilismo. No tienen un gramo de virtud cívica mexicana que legó Juárez García. El Benemérito de las Américas jamás hubiera promovido el impúdico militarismo que está prostituyendo a algunos altos mandos de las fuerzas armadas, tampoco permitiría la humillación de las tropas mexicanas frente al crimen.
Nuestra historia, dice Octavio Paz, está llena de frases y episodios que revelan la indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro. Allí cumple a cabalidad nuestro “héroe de Macuspana” que arremeda a Juárez, ha sido indolente frente a la sangre que se derrama en México, y cómplice de la mediocridad e ineficacia de su administración. Pero Octavio Paz sentencia que más que la victoria, nos conmueve, de Juárez, la entereza ante la adversidad. Pues eso. Miles de mexicanos seguirán a Juárez, estoicos, pacientes e impasibles frente al infortunio y la desgracia de padecer a un gobierno que, con malabarismos juaristas, lo traiciona en sus hechos.
Apunte final, Juárez tuvo equívocos enormes. No lo endioso. Uno de sus mayores errores fue creer (como AMLO) que, al aplastar a los conservadores, ganaba plenamente la República liberal. Pues no. Ese “triunfo” incubó a otro liberal: Porfirio Díaz, y la República quedó anestesiada por una dictadura.