Mi texto no es del Poder Judicial, ni de la Constitución; el claudismo-obradorista los hundió en su fango.
Quiero hablar de otro lodo; del de Valencia, España, en la escena de los reyes de España en medio del lodazal, después de que una tromba mató a cientos de españoles y dejó millonarios daños materiales. Los periódicos mexicanos reprodujeron la foto ampliamente. El rey Felipe VI y su esposa Letizia intentaron consolar a sus compatriotas, varios de ellos los insultaban, otros agradecían. Un jefe de Estado en medio de la tragedia.
Valencia en tiempos de su padre, el rey Juan Carlos, también se enfangó cuando varios militares se sublevaron contra la Constitución, en la intentona de golpe de Estado contra la naciente democracia española en 1981, ese día cambiaba el gobierno y unos soldados entraron empistolados al Congreso en Madrid. Pretendían “cargarse” todo. El Rey alivió las cosas. El agua volvió al río.
Años antes, en 1937, Valencia era capital de la República, estaban completamente contra el Rey, aunque rodeada por las huestes franquistas en medio de la guerra civil. Allí se celebró un famoso congreso de intelectuales, con André Malraux, Pablo Neruda, León Felipe, María Zambrano, Luis Cernuda, al que acudió Silvestre Revueltas, Carlos Pellicer y Octavio Paz, quién presidió los festejos que conmemoraban ese encuentro medio siglo después, en un evento caótico y polémico. Paz exclamó del dictador Franco: ¿Quién ganó la guerra? “Su victoria se ha transformado en derrota…los verdaderos vencedores…la democracia y la monarquía constitucional”. El porvenir es impenetrable para los hombres.
Pero en Valencia, por si fuera poco, nació uno de los más grandes escritores en lengua castellana y diputado radical antimonárquico: Vicente Blasco Ibáñez, autor de una de las novelas cumbre de nuestra literatura: “Cañas y Barro”. Sí, barro, el mismo que dejó el mal tiempo en Valencia, y la tierra de la Albufera, escenario de letras de dignidad, honor del Tío Paloma pescador, Toni, trabajador que en ese barro guardó la esencia de su vida, y al que dedicó sudor, fuerza e ilusiones, con un hijo holgazán, vago e inmoral, Tonet.
Quizá a Blasco Ibáñez le hubiera dado gusto escuchar los gritos contra el Rey en su tierra enlodada. Él prohibió ser enterrado en la tierra-agua valenciana mientras España no fuera República, en la proclamación de la Segunda República lo repatriaron al panteón civil, con miras al mar Mediterráneo.
Valencia y Blasco Ibáñez actualizan lección en un México metido en el fango, con Trump que le gusta el estercolero: hay barros que pudren el suelo, llenan al ambiente hedor, enfermedad. “Agua-muerta”, le llamó Blasco Ibáñez. Pero también hay otros fangos, donde con amor, pasión y esfuerzo se cosecha vida. Los Paloma sepultaron a su hijo en ese barro valenciano. “Comenzaba a amanecer cuando bajaron el cadáver al fondo de la fosa, que rezumaba agua por todos lados… la tierra cumpliría su misión”.
La tierra mexicana está llena de fango, creo firmemente que fructificará, también cumplirá su misión.
Diputado