La democracia no es sólo votar, esa democracia es meramente “epidérmica”, se colma con sufragar, contar votos, y nombrar al titular de un gobierno; pero existe una democracia más profunda, “cardiológica”, entendida como sistema de vida para irrigar el desarrollo; democracia “sustantiva” que custodia los valores de libertad e igualdad. Separar esas dos democracias está en el fondo del problema mexicano y la “sorpresa” de la reciente elección. ¿Hubo fraude? La respuesta es doble: con la democracia de votar y ya, la del día de la jornada electoral, ¡claro que no!; pero con la democracia de lograr un mejor desarrollo para México en todo el sexenio ¡el fraude fue mayúsculo! También el pecado más grande de la oposición, cuando fue gobierno, fue descuidar la igualdad y lo pagamos como penitencia en las urnas.

Nos contentamos con una democracia “instrumental” de meros votantes, impulsada por el mercado voraz y la sociedad de consumo. Esa democracia de votar es un acto dizque de libertad, como se elige una marca o un refresco de cola, en una tienda. Ingenuidad suicida, porque eso convierte a los “ciudadanos” no sólo en votantes, sino en algo peor: clientes. El mercado tiene consumidores y usuarios y valen por su riqueza. El dinero fue el factor decisivo en la elección pasada; el dinero de los millonarios que aumentaron su fortuna con AMLO se tomaron foto con Xóchitl y apoyaron a Claudia, el dinero de los programas sociales dirigidos, y el dinero del crimen. Las elecciones poco a poco, con la complicidad de todos los partidos y la sociedad se han convertido en una subasta pública. ¡Quién da más! Prostitución electoral de grandes y jugosos contratos por adjudicación directa con los de mero arriba, y rebaños con votos de alquiler para los de abajo. Fondos de inversión internacionalmente garantizados para unos, cajero automático del banco del bienestar para los pobres. Ese es el “nutriente clasista” de la robusta victoria de Morena.

El grito de “el INE no se toca” fue valiente y necesario en defensa de esa democracia básica y elemental que se ejerce con una credencial para votar, pero insuficiente para defender hospitales y escuelas públicas. No reclamamos con el mismo fervor “el IMSS no se toca”, “mi Afore no se toca”, o “las calles no se tocan”. Hoy, muchos mexicanos nos sentimos frustrados con los resultados electorales, pero no reparamos que la democracia “instrumental” se defiende con más democracia “sustantiva”. Hurgar en las casillas, revisar las actas, buscar algoritmos, sospechar de mi vecino que contó las boletas e incluso corregir sus errores, atiende a esa democracia elemental, pero no curará nuestra enfermedad antidemocrática.

Hace medio siglo, Claude Julien, director de Le Monde Diplomatique, escribió un librito, “El suicidio de las democracias”, advirtió, que los derechos con conceptos viejos, libertades frágiles, justicia social mal asegurada (como programas sociales sin sustentabilidad financiera), privilegios poderosamente protegidos, violencia, virtud cívica anestesiada, y medios de comunicación amaestrados, sólo pavimentan el camino al cadalso de nuestras dos democracias. ¡Pues eso fue lo que salió a flote el domingo! Elección epidérmicamente limpia, pero podrida por dentro.

Posdata.– Fraude, lo que se dice, verdadero fraude, timo, estafa: un Partido Verde que no hizo el menor reclamo cuando se arrasó la selva maya, para poner un tren. Ahora, ¿quiere más diputados de los que le permite la ley y votó el pueblo?

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