París es riesgo. Paraíso e infierno, revolución y paz, arte y desmán. El río Sena irriga al mundo. Sencillez comprometida con los obreros de la Renault de Simone Weil y majestuosa frivolidad de Coco Chanel. Escenario de la cortesana Madame du Barry y de la iglesita donde Ignacio de Loyola funda a los jesuitas. Sus calles testigos del humanismo de Maritain y del terror de Robespierre. Francia y México tienen coincidencias históricas. Rousseau y su idea de soberanía detonó el grito de Independencia de Hidalgo y llevó al martirio a Morelos. Desde allá Víctor Hugo pidió clemencia para Maximiliano a Benito Juárez, pero el autor de “Los Miserables” no detuvo el triunfo de la República. Francisco I. Madero estudió en al Escuela de Estudios Superiores de Comercio de París, y Porfirio Díaz que ganó la batalla de Puebla a los franceses, yace en Montparnasse cerca de Sartre, Simone de Beauvoir y Pierre-Joseph Proudhon. Cerca de Trocadero hay una glorieta México, con una escultura de la artista chihuahuense Águeda Lozano.

Muchos de nuestros representantes en Francia fueron lujo y honor, desde el primero Lucas Alamán, Francisco León de la Barra, Isidro Fabela, Alberto J. Pani, Alfonso Reyes, Narciso Bassols, Torres Bodet, Octavio Paz, el gran Silvio Zavala, Carlos Fuentes, Morales Lechuga, Jorge Carpizo, hasta la primera mujer embajadora emérita Sandra Fuentes-Berain, quien tuvo el triste momento de desagraviar a los soldados desconocidos honrados en el Arco del Triunfo, porque en el mundial de futbol de 1998, Rodrigo Rafael Ortega orinó en la “Llama eterna” y la apagó. Episodio vergonzoso sin fotos del meón o retratos del desagravio; ¿algún poderoso oculta el bochorno?. Calderón tuvo que soportar en 2011, el reclamo en el Senado mexicano, de Nicolás Sarkozy para liberar a Florence Cassez. Mientras el gabinete de Peña Nieto viajaba a celebrar con pompa frívola el día nacional de Francia en 2015, “el Chapo” Guzmán se escapó. Ahora, mientras en París los atletas mexicanos se esforzaron por poner “en alto” a México, el gobierno sufre un desmoronamiento moral, por las mentiras en la detención de Ismael “El Mayo” Zambada. “Absurdo” que recuerda a uno de los franceses más universal, Albert Camus y su novela “La caída”, publicada en 1956, un año antes de otorgarle el premio Nobel, en donde el abogado parisino Clamence, que siempre estuvo a favor del más débil y defendía con indignación primero a los pobres, hasta que una mujer se arroja al río Sena y Clamence no la salva; vive entre la culpa y su buenismo. Así actuó el presidente mexicano con “El Mayo”, en franca caída, “la indiferencia (frente al crimen) me procuraba ser amado, mi egoísmo culminaba en mis dádivas”. (p.75. Alianza).

La novela es un monólogo, en un bar de Ámsterdam llamado “Mexico-City”, de un hombre egocéntrico que habla del triunfo y arrepentimiento. Un soliloquio como las “mañaneras”. AMLO hereda división y duda, como había entre los comensales del “Café de Flore” y los de “Les Deux Magots” del barrio de San Germain-des-Prés, pero sin lucidez e inquietud intelectual. AMLO nunca pisó Francia, Camus tampoco México, pero el obradorismo, como aquel muchacho ebrio del Arco del Triunfo, borracho de poder con 35 millones de votos, decidió orinarse al final en el Poder Judicial, y perder la garantía de hacer efectivo el legado cultural más preciado de Francia: Los Derechos Humanos. Chute de beodo. Caída ética.

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