El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en Washington tiene felices a sus alumnos y socios en el mundo. Las autocracias están de manteles largos, mientras estallan por los aires los valores que en occidente entendemos (todavía) democráticos. Xi Jinping, presidente de la República Popular China, y Vladimir Putin, presidente de Rusia, aplauden hoy, sin saber qué pasará mañana. La democracia es (¿era?) un método para asignar el poder, de manera previsible, generar certeza, otorga derechos y pintar límites al poder. Trump y los suyos son lo contrario: liderazgo revoltoso, provoca caos, solivianta malos humores sociales y es voraz e insaciable al tragar poder político y económico.

Trump no conoce los controles a su poder, no escuchará a la oposición, lo mismo coloca al frente del ejército más poderoso del mundo a un acusado de abusos sexuales, Pete Hegseth, que a Elon Musk en una cartera con responsabilidades económicas. Musk y Hegseth tienen un denominador común: ambos difunden noticias, Musk es el mundialmente famoso dueño la red digital X, antes Twitter, y Hegseth es famoso en Estados Unidos por ser presentador de la cadena de noticias Fox News. El mensaje es claro: comunicar es gobernar; pero con Trump la noticia es más nítida: mentir es lucrativo, y la escalera para llegar al poder, y requisito de permanencia.

Cuando Trump perdió en 2020, muchos afirmamos que su derrota fue fruto de sus timos, hoy podemos decir que su victoria también es el triunfo de su embuste. Trump debe su conquista a la postverdad, fakenews, infamia, desacato a las sentencias, odios, burla a los tribunales, desafío a la ley; es la fuerza bruta del toro sin redil sin más motivos que su bravío instinto de “macho-alfa”.

Trump le dijo a los americanos que la economía norteamericana estaba en pésimas condiciones, aunque el desempleo y la inflación estaban controlados y hace poco The Economist tituló, “La economía americana es la envidia del mundo”; pintó una frontera con México caótica y una falta de liderazgo en el mundo. Quizá sean razones de la derrota de Kamala Harris, pero la vuelta de Trump a la oficina Oval tiene otras razones: fue un individuo que no aceptó su propia derrota electoral, aunque nunca probó el fraude electoral, igual que López Obrador en 2006; tiene sentencias que no acató, igual que las que el claudismo-obradorista no aceptó para frenar la reforma judicial; y fracturó a su país. Trump y Morena ganaron porque explotaron las debilidades de nuestras democracias: partidos sin identidad, autoridades electorales enclenques, medios de comunicación sin control ni verificación de información, representantes deslegitimados, encono fácil de digerir, y candidaturas sin pudor y sin honor, vociferando pequeñas boberías de lugares comunes, en lugar de políticas públicas ciertas, eficientes y útiles.

Gritar que estamos en el segundo piso de un resumen nacional, que son enemigos los adversarios, que se ayuda a los pobres aunque no se diga de dónde salen esas ayudas, que el mundo se divide en “buenos” y “malos” es fácil y rentable. Lo hizo Silvio Berlusconi en Italia, Boris Johnson en Reino Unido, Jair Bolsonaro en Brasil, Nicolás Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragüa. Es un comportamiento destemplado, irritable y exitoso. Gloria del cretino con alumnos avanzados en México.

Diputado

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.



Google News

TEMAS RELACIONADOS