Nahuel Guzmán es un futbolista brillante, su calidad en el campo es incuestionable. Es un jugador que te gana partidos y títulos, pero su forma de ser bravucona, violenta, desquiciada y estúpida, perjudica de gran forma su imagen.
Hay muchas situaciones incómodas en las que ha estado involucrado el argentino.
No vale la pena recordarlas, porque la más reciente evidencia lo que es Nahuel.
El láser en su mano, lanzado desde el palco de la directiva de Tigres, en el estadio de Rayados, en el clásico regio, es vergonzoso.
¿Qué pasaba por la cabeza del guardameta?, ¿por qué planeó esta bajeza?, ¿qué ganaba con apuntar al rostro de sus compañeros de profesión?
No sé si lo sepa (yo pensaría que su cabeza hueca no le da para tanto), pero apuntar un láser a los ojos causa una quemadura irreparable.
El polémico Nahuel no es ejemplo para nadie. Los jóvenes y la afición no deben identificarse con este personaje.
Tigres sabrá si lo sanciona internamente. Lo duda porque es intocable, su Vaca Sagrada.
Apenas vendrá, con mucha seguridad, una llamada de atención y un “no lo vuelvas a hacer”.
Si pedimos un castigo de muchos partidos, no será posible, porque la Comisión Disciplinaria irá con el reglamento, que marca máximo tres o cuatro juegos.
Es necesario que la empresa Cemex, dueña del club Tigres, le dé las gracias al portero cuando termine su contrato.
No refleja los valores de la institución, ni de ninguna otra.
Este barrabrava requiere una buena sacudida. Es penoso que su nivel como deportista se haga muy pequeño por sus asquerosas Nahueladas.