Mediano, gris, desangelado, resultó el debut del Vasco Aguirre en su tercera etapa con la Selección Mexicana. Más negros que blancos en los primeros dos partidos. Quedó confirmada la teoría del mejor técnico del mundo: “No importa que lo contrates, los jugadores siguen siendo los mismos”. Triste realidad de nuestro futbol. En menos de dos años, el entrenador deberá encontrar los métodos, formas, estrategias, estilos, para presentar una Selección decente en la Copa del Mundo.
Habrá a quienes les agrade Aguirre como director técnico. Los gustos —ahora— quedan de lado, cuando hay urgencia por sacar del fango al equipo. Equivocado el que esperaba un cambio drástico de la Selección. Javier requiere de mucho trabajo en cancha; desafortunadamente, no lo va a tener, así que cada que junte a sus muchachos debe aprovecharlos al máximo, para que dominen lo que necesita.
Javier Aguirre ha puesto reglas claras, enérgicas, duras, a los futbolistas, porque sólo así entienden. Sanciones a distracciones mínimas en la concentración.
Se les exige disciplina, esfuerzo, actitud, entrega, carácter. Entiende que no les puede pedir un nivel de juego sobresaliente, porque no lo tienen. El reto es salvaje para el Vasco, a tan poco tiempo del Mundial 2026.
Me quedo con una respuesta de Javier en su nueva gestión: “Dolería si el equipo es indolente, si el equipo no hace nada por ganar... Eso me dolería. Un equipo indolente, pasivo, sin alma... Eso, para mí, es como una patada en el estómago. No concibo un equipo mexicano dirigido por mí que no corra, que no luche, que no sienta los colores... No lo concibo. Aquel que no entienda esta filosofía, ya se puede ir a su casa”.
Que esto que dice se cumpla y no sean únicamente palabras por convivir, que no sean frases para fingir el tradicional golpe en la mesa, que las cumpla y saque al que tenga que sacar, sin importar jerarquías y nombre.
@elmagazo