México y su prestigio están en juego en la Copa América. Jaime Lozano, sus asesores, los directivos que sugirieron quiénes debían estar en el torneo y los jugadores necesitan estar conscientes de eso para no sólo tomar el evento como un espacio para ganar experiencia con la Selección Nacional.
Genera mucha impotencia escuchar las declaraciones de los que pusieron al técnico. Es increíble la forma en que se cambió el discurso para minimizar los posibles daños y salvar a Lozano.
De “el objetivo es llegar a semifinales” a “los resultados no nos interesan, importan los ensayos que se hagan en el campo”.
Lo que se viene para el conjunto mexicano es cosa seria. No se puede tomar tan a la ligera estar en el torneo más importante de nuestro continente. Salir confiados sería fatal.
Las últimas tres Copas América en las que se ha presentado México han sido un desastre monumental, y esta pinta para ser la cuarta en fila. Ojalá me equivoque.
En 2011 y 2015 se concluyó al fondo del grupo, y en 2016 se dio el vergonzoso 7-0 de los chilenos en cuartos de final.
Las señales de los que mandan son peligrosas, porque dejan ver que no les inquietan los errores del pasado, y esto tiende —entonces— a repetirse.
Se habló tanto de regresar a la Copa América, se maldijo a la Concacaf por no dar el permiso y ahora que se logra, resulta que no se le da la formalidad deseada.
Pero con todo este panorama, se mantiene la esperanza de que el equipo mostrará una imagen distinta. Sorprende la fe que hay, a pesar de las inexplicables decisiones.
Falta poco para el debut de México, contra Jamaica. Que le vaya como le tenga que ir.
Al final, no pasará gran cosa, porque —en caso de un ridículo, una grotesca actuación— supuestamente no se moverá nada: El técnico, los directivos, los futbolistas, seguirán siendo los mismos.
Merecemos una Selección de mejor nivel, pero sólo para la que está nos alcanza.