Andrés Guardado debe responder a las exigencias, ilusiones, expectativas, sueños de la afición y de quien lo trae de regreso a nuestro país.
En su calidad de figura internacional, está obligado a jugar a un nivel por encima de esta Liga, marcar una diferencia notable, para que León tome un papel protagónico.
Otra cosa, será un rotundo fracaso; energía desperdiciada, dinero mal gastado en la contratación.
Andrés vuelve, porque las mejores Ligas de Europa ya le quedan grandes y —con mucho sentido común— prefiere ser titular en México y no comer banca en el viejo continente.
Guardado sólo podrá presumir que triunfó en este su retorno si es campeón, como sucedió con Rafael Márquez (bicampeón con el León, por cierto).
Esto de regresar como estrella carga al tapatío de una exagerada presión que, por la experiencia y los años recorridos en España, Alemania y Países Bajos, no tiene por qué resentirla.
Lo de Andrés en Europa ya es pasado. Quedó registrada una increíble historia, sobre todo en Sevilla, con el Betis, donde se convirtió en el extranjero con más partidos en el club y se ganó el afecto de toda la afición. Eso ya fue, se le reconoce y aplaude.
Ahora viene otra etapa para él, la del cierre de su carrera, en la Liga MX.
Ojalá que en el plano deportivo le vaya bien; en el económico, no tendrá problemas.
Su presencia en México llevará mucha gente a los estadios (o eso se supone que es lo que debe pasar).
La gente querrá verlo y disfrutar de su actitud, esfuerzo y voluntad en la cancha.
Está en Andrés Guardado no defraudar a todos aquellos que lo veneran como ídolo —y hasta leyenda— del futbol mexicano.