Una vergüenza el torneo de los Pumas con Andrés Lillini. No había argumentos para sostenerlo en la dirección técnica. Desperdició la oportunidad de su vida para triunfar con el club, después de la fuerte inversión que se hizo. Nunca pudo sacarle provecho al plantel. Pumas estaba para pelear los cuatro primeros lugares de la clasificación, no para dar lástima en el antepenúltimo sitio. Un desastre, un monumental fracaso que lo tiene fuera de la institución. Se le permitieron muchas cosas que no debían pasarse por alto. La dirigencia fue complaciente, pero entendieron que hay límites y no se debe arrastrar el prestigio.
El técnico tuvo que haberse marchado después de la indigna presentación frente al Barcelona en el Trofeo Joan Gamper, en donde se atragantaron con seis goles. No hubo consecuencias después de ese partido, pero hubo otros en donde —de igual forma— debió agarrar sus cosas y marcharse, como las humillantes goleadas frente al América y Santos. La mano que mece la cuna, la de Miguel Mejía Barón, ya no tuvo más remedio que dictar sentencia y arreglar “de común acuerdo” su salida.
Hay que agradecerle al técnico dos finales perdidas, en donde fue superado claramente por los rivales, y un repechaje, en el cual Chivas goleó y aplastó a Pumas. De lo que sí podrá presumir el entrenador será la remontada al Cruz Azul y la eliminación al América en cuartos de final, en cinco torneos dirigidos. Trabajo no le faltará, ya las Chivas lo esperan cuando queden fuera del repechaje o Liguilla.