Terminó siendo, por segundo torneo consecutivo, un ridículo monumental el de los Pumas.

Resulta increíble que se volvió a tropezar con la misma piedra. La directiva pecó de ingenua o no quiso aflojar el dinero necesario para reconstruir al equipo. Tuvieron chance de elegir buenos proyectos, pero decidieron el camino incorrecto.

La ruina de los Pumas pega muy fuerte por la gran historia del club. La experiencia de un referente como Miguel Mejía Barón no ha sido suficiente para evitar el hundimiento del barco; sin duda, se equivocó en darle a Rafael Puente del Río la dirección técnica del primer equipo.

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Le vendieron humo, compró ideas supuestamente frescas, y la apuesta acabó bastante mal.

Desde que lo presentaron, todos sabíamos que Rafael Puente del Río no era el entrenador que se necesitaba.

Tantas dudas sembraba el proyecto de Puente, que —a pesar de abrirle la puerta— le firmaron un chusco e insignificante contrato de tan sólo seis meses.

El resultado fue tal como se esperaba: siete derrotas, dos empates y tres victorias; antepenúltimo lugar del torneo, después de 12 partidos dirigidos.

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Mejía Barón y Leopoldo Silva se tardaron en echarlo y, cuando reaccionaron, ya estaba todo perdido.

Encontraron a Antonio Mohamed para apagar el incendio, pero no fue posible. El Turco apenas pudo recuperar a un plantel desorientado.

Con el argentino, hubo esperanza de salvar el torneo con la clasificación al repechaje, pero no alcanzó ni para llegar a esa instancia.

Un desastre, una vergüenza, una humillación, una infamia, a la que se deben sumar los futbolistas.

Se requieren cambios drásticos para enfrentar el próximo torneo. Ojalá y los hagan, para no volver a ser el hazmerreír de la competencia.

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