La incertidumbre aumenta en proporción directa al periodo de confinamiento en el que nos encontramos. Para el regreso existen fechas probables y desconfiamos de ellas, porque desconfiamos de todos los pronósticos. Hay presiones por todos lados y de todos los sectores. La parálisis de la economía mundial ha sido de tal magnitud que el mundo tendrá que procesar su regreso a la normalidad, desde muy distintas miradas, acciones y planes. Solo algunos sectores productivos marcarán el ritmo de reincorporación. Las preguntas se acumulan y hay que prepararse para ese regreso gradual y regional. Hay que tomar decisiones inmediatas, mediatas y de largo plazo para esa reactivación económica, laboral, social, educativa, cultural y artística en cada país, en cada región, en cada ciudad.
¿Los espacios físicos que ocupan los teatros, centros culturales, librerías, cines, museos, galerías, bibliotecas, escuelas artísticas, centros de capacitación, están preparados o en vías de preparación para ese regreso? Es fundamental dar certeza al público que dichos lugares han cumplido con todas las disposiciones sanitarias establecidas por la autoridad competente. Las fechas y las disposiciones no las conocemos, por lo tanto, no es posible programar un regreso. Sólo tenemos certeza en una guía, que se identifica con un semáforo. Queda claro que hay que vincular las luces de ese semáforo para decidir día a día, semana a semana, mes a mes qué se reactiva, opera, abre al público y el porcentaje del público que ingresa. El plan es a la mexicana: cada institución valora y en consecuencia actúa.
Los recintos públicos y privados aludidos tienen un compromiso enorme: limpieza y esta limpieza requiere tiempo y recursos económicos considerables. La reincorporación será gradual, pero hay que considerarlo, preverlo, programarlo, costearlo. Estoy seguro que, en estos días, todas las autoridades educativas y culturales están adecuando los protocolos marcados por la autoridad sanitaria a las necesidades y características educativas y culturales en su diversidad de espacios y recintos desde zonas arqueológicas hasta salas de lectura. Si no es así de nuevo el retraso para el regreso será, día a día, más complicado, más costoso y con mayor riesgo sanitario y económico.
El otro problema, enorme y más delicado, es el de tener preparados los contenidos: conciertos, obras de teatro, coreografías, museos y galerías con exposiciones plásticas, librerías ordenadas, cines limpios, y todos los espectáculos en vivo preparados para funciones ¿diarias? Todos los intérpretes y los equipos que requieren deben de estar ensayando ahora
mismo o preparando el calendario de ensayos. En esta contingencia el sector cultural público ha realizado esfuerzos para apoyar con distintos programas emergentes, pero son tales las necesidades del sector cultural que han resultado insuficientes.
Al sector cultural y artístico público le han reducido hasta el 75% de su presupuesto para servicios generales; es decir, no podrá comprar, arrendar, contratar, ni personal, ni insumos, ni utensilios para las labores de limpieza, mantenimiento, ni tampoco podrá contratar a los artistas independientes, intérpretes, gestores culturales para las actividades artísticas y culturales. Con ese 25% restante deberá atender estas dos necesidades impostergables y, además, lo tiene que administrar para todo el resto del año. Al sector le urge regresar, pero las condiciones para su regreso son las más adversas. La infraestructura cultural de nuestro país es enorme. No alcanzaban los recursos antes y menos alcanzarán ahora. El riesgo es ver desaparecer fuentes de empleo de manera permanente, diversidad cultural, recintos culturales y representaciones con públicos amplios, lo que significa menos ingresos que puedan ayudar en el proceso de recuperación.
Si a lo anterior le agregamos que el público, la mayor parte, o no estará de ánimo o no tendrá recursos para de inmediato asistir, ¿cuál es la ruta? Imaginemos nuevos caminos, nuevas rutas, atajos. Los existentes ¿podrán funcionar en medio de una economía paralizada? Donaciones de fundaciones para algunas áreas culturales y artísticas específicas, apoyos internacionales y nacionales, búsqueda de recursos por todas las vías posibles: recaudadoras, sorteos, maratones solidarios para obtener recursos vía aportaciones individuales, preventas y lo que se ocurra.
La solución es económica en medio de una economía devastada. Y el movimiento económico requiere de confianza política para que, quién aporte, pueda aportar de a poco y con certeza jurídica. Y esa incertidumbre se ha acrecentado en estos días de confinamiento, condimentada con decisiones tomadas por el gobierno federal en su relación con aquellas decisiones que han causado malestar y desconfianza en el sector cultural. Este sector le ha pedido, reiteradamente, a los responsables de las políticas públicas: palabras de aliento, programas emergentes, soluciones inmediatas a necesidades inmediatas, desde la perspectiva asistencial, ha propuesto caminos, rutas y lo que ha obtenido son declaraciones en las que ya no confía el sector. El desánimo, la crítica, la descalificación y la polarización están invadiendo el discurso público y la asfixia impide reaccionar a las autoridades, que por cierto deberían ser más puntuales en sus disposiciones, más claras en sus indicaciones, más imaginativas en sus soluciones y comprensivas ante la ansiedad que provoca el regreso.