Es increíble que uno de los proyectos culturales más importantes de las últimas décadas esté a punto de ser aniquilado por la animadversión, el encono y la falta de perspectiva de futuro.
Todo el mundo editorial y cultural reconoce que la Fil GDL es la segunda feria más importante del mundo (primero está Frankfurt). Todo mundo coincide que esta feria es la que mejor ha construido un espacio para que los escritores, lectores, editoriales, distribuidores y todos los que giran alrededor del libro se sientan incluidos, satisfechos y entusiastas de hacer el peregrinaje cada último sábado de noviembre y permanecer reverenciado al libro en cualquiera de sus formatos y representaciones en Guadalajara.
Lentamente se construyó este espacio hace más de 36 años, lentamente las partes fueron dejando atrás las reticencias y acercando el SI en cada una de las negociaciones. Poco a poco las voluntades hicieron que sucediera y todos, estrictamente todos, fueron celebrando el desarrollo de la feria. Creció la feria y crecimos todos. La feria año tras año regalaba sorpresas y sorprendidos nos divertíamos y reíamos de cómo la feria se consolidaba. Creció la feria en lo físico: más metros cuadrados de exhibición, más participantes, más actividades, más sueños y más público, mucho más público. La década de los 80, los 90 y los 2000 fueron testigos de cómo la Fil GDL consolidaba su presencia en el mundo editorial. Cada vez eran más los que la visitaban y de distintas latitudes. El mercado editorial mexicano empezó a mover sus presentaciones editoriales del año a diciembre. En Fil GDL se podía todo, se quitaban la corbata y el protocolo se hacía más laxo. Los funcionarios, los invitados especiales y condecorados asistían a las cuatro horas de inauguración y primer recorrido por la Fil, con la conciencia de que iniciarían su relajación en la primera comida de editores, de pares fuera del recinto ferial, con el primer tequila, con el primer comentario sobre la inauguración, con esa sensación de estar en casa por la hospitalidad.
La mañana del sábado de inauguración el salón principal de la feria se convertía en un avispero, conformado por dos bandos, no rivales, sino complementarios: los organizadores y los que deseaban entrar; algunos con derecho y muchos otros sin derecho, pero querían estar, ver, escuchar, ser partícipes.
Año tras año se esperaba el discurso en defensa del libro y lectura, de mayor presupuesto y libertades, de escuchar al premiado principal y se esperaba estoicamente tres horas, pero con la responsabilidad protocolaria de estar. Año tras año ese acto inicial variaba poco y se pedía a gritos reducirlo.
A la feria se llegaba con el entusiasmo de hacer lo mejor posible en los nueve días: vender, comprar, negociar, programar, presentar, reseñar, entrevistar, contactar y enterarse de los sucesos editoriales más trascendentes (quién compró a quién los derechos de qué, qué autor cambió de sello editorial, quién llenaría más el salón principal, que autor o personaje público cometió algún exceso, desvarío, infidencia o se sintió mal).
Había ritos y había que cumplirlos: inauguración (criticando todo y a todos los de la mesa grandísima); comida de y para editores con premiado y país invitado (otro larguísimo acto protocolario); el sábado por la noche la cena del FCE (cuando había…, cena); lunes, martes y miércoles como profesionales: atender citas por la mañana y encontrar el coctel despistado de un stand; empezar las citas importantes en el bar del Hilton (en realidad la feria relajada sucedía en el bar del Hilton); el baile en el Veracruz (lunes) y acudir a las cenas pequeñas en casa del anfitrión (no más de doce personas por día); los cocteles de las dos principales editoriales del mercado en español y todas las editoriales buscando la mejor fórmula para competir con su coctel, frente a las poderosas. Luego estaba la competencia de los stands: que si Artes de México, que si Colofón, que si Red al Texto, que si los independientes, que si el país invitado, que si los extranjeros, que si los infantiles, que si el de la tecnología, que si los grandes cada vez más grandes, que si Porrúa, que si Gandhi, que si Libro de Texto Gratuito, que si la UNAM, que si la UdeG, que si el Poli, que si la UAM, que si el área internacional está lejos (luego de tres días de recorrer la feria). Luego vendrían la competencia por la fiesta más emblemática. Batalla que siempre han ganado los jóvenes. Salvo unos años en que una banda anónima se adueñó de las noches, la banda del Delirio
La feria es de todos, la feria la vive cada uno como le va en la feria y la disfruta o la padece (quién vendió más, quién vendió menos, quién presentó el libro sensación, quién hizo la declaración más mediática, quién públicamente irrumpió y se hizo famoso, quién atrapó a más jóvenes).
Año tras año la FIL GDL era un lugar para peregrinar con júbilo por todos los simpatizantes del libro y la lectura hasta el 2019.
Llegó la pandemia.
En este 2022, recuperados, la feria inició con demostraciones públicas de que un proyecto puede acabar porque SI. Espero que no, deseo que no. Tal pareciera que la concordia ha sido vencida.
Defender la Feria es impostergable, defender la vitalidad del libro y la lectura es defender las libertades, defender lo exitoso no debe de ser motivo de pena, sino de orgullo. No esperemos, la defensa por la FIL GDL, empieza hoy.