Con susto incluido, esta semana TESLA confirmó que su nueva gigafábrica se instalará en la zona de Monterrey. Es una inversión enorme, no solo en términos de la instalación en sí, sino de todas las cadenas productivas que trae consigo y del posicionamiento que implica para México como fabricante automotriz, de cara a un futuro muy cercano dominado por los vehículos eléctricos. Y el país estuvo a punto de perderla, por “capricho” de Obrador.

¿Qué tenía en la cabeza Andrés Manuel? ¿Por qué “ponerle el pie” a una inversión tan beneficiosa para el país y para los números de su gobierno? ¿Por qué meter caos en decisiones que requieren sensatez, especialmente con tanto en juego?

La explicación estándar que se escucha en los círculos opositores es que AMLO es un “castrochavista” que quiere imponer la revolución bolivariana y llevarnos al eje del comunismo, expropiando empresas y quedándose con todo. El problema es que esa teoría simplemente no cuadra con la realidad. Es cierto que en el obradorismo hay filias chavistas (¿Se acuerdan de Yeidckol y de Díaz Polanco?), pero también es evidente que ni la agenda, ni los modos, ni los resultados de López Obrador son los de Hugo Chávez.

López tendrá mil defectos, y los tiene, pero ni ha jugado a reelegirse, ni ha roto los puentes con el sector privado, ni ha intentado proyectarse como “líder de Latinoamérica”, ni se ha lanzado a expropiar o apalancarse de la guerra del proletariado contra los ricos. Sus muletillas contra los fifís y conservadores están dirigidas contra “clases” políticas, no contra clases económicas. No, más allá de que cumple con los mínimos retóricos de la izquierda latinoamericana, no es castrochavismo y tampoco es un mero juego del caos por sí mismo.

Lo de López es un juego distinto, que fácilmente se disfraza en medio de la marabunta de polémicas y ese desgastante juego de espejos entre los chairos del obradorismo y los de la oposición.

Para explicarlo comencemos recordando varios momentos clave de este gobierno:

· La cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, a pesar de que los empresarios le habían ofrecido construirlo ellos, sin costo para el gobierno.

· La eliminación de los fideicomisos y los ataques sistemáticos a la independencia y el margen de operación de los organismos constitucionalmente autónomos, incluyendo el “Plan B” contra el INE.

· El agresivo rechazo del presidente a los préstamos que consiguieron algunos empresarios a inicios de la pandemia para ayudar a pequeños negocios, sin costo para el gobierno mexicano.

· La negativa de permitir que las vacunas contra el Covid-19 fueran aplicadas en las farmacias privadas, optando por centralizar las aplicaciones en manos del ejército.

· La creciente absorción de funciones por parte de las fuerzas armadas.

· El sainete de turno, que estuvo a punto de costarle al país la llegada de Tesla.

No es caos, no son ocurrencias. Estas acciones comparten autor, método y objetivos, dentro del sistema de la tiranía estilo López Obrador, que funciona de la siguiente forma:

Al definir las iniciativas, las políticas públicas, las negociaciones y las declaraciones, el régimen obradorista privilegia siempre lo político sobre lo técnico, lo central sobre lo federal, al poder ejecutivo por encima del legislativo/judicial, y a la persona del presidente López sobre la estructura del propio poder ejecutivo, sobre la Constitución y sobre todo lo demás.

Su cuarta transformación consiste en revertir los paradigmas tecnocráticos de los gobiernos de la transición, para establecer un país donde la voluntad del presidente sea el motor, donde la intervención del presidente sea el camino y donde la agenda política del presidente sea la prioridad. No le interesa expropiar empresas, le interesa controlar a los empresarios; no le interesa destruir a la oposición, le interesa controlar las elecciones; no le interesa colectivizar a la sociedad, le interesa someter a sus dirigentes naturales.

Por eso sienta a los empresarios para darles tamales de chipilín y venderles boletos de lotería, por eso somete a los gobernadores, a los activistas, a los artistas y a los ciudadanos, tanto oficialistas como de oposición, eliminando las asignaciones de recursos a cambio de bolsas discrecionales; Quiere que a todos les quede muy claro que los presupuestos y los permisos que reciben son por obra y misericordia directa de él, e igualmente en sus manos está retirarlos.

El primer gran ejemplo fue la ya citada cancelación del NAICM y su reemplazo con el inoperante AIFA: AMLO gastó cientos de miles de millones de pesos para dejarle en claro a todos que, en su México, no se hace lo correcto o lo lógico; se hace lo que AMLO quiere, a costa de lo que sea. Por lo tanto, o negocian por las buenas, o los aplastará por las malas. Es mucho más “elegante” que el burdo castrochavismo. No va por las calles diciendo “exprópiese”, simplemente se queda con los hilos del poder y se encarga de que todos tengan muy claro que él los controla, mientras consolida su tiranía.

Sí, tiranía, porque lo que Obrador pretende y está logrando, es volver irrelevantes a las leyes y a las instituciones, dejándonos a cambio en un país donde todo es gracia y nada es derecho. En su México, si una empresa se instala, si un candidato gana las elecciones, si llega un apoyo social o una vacuna, es exclusivamente por esa gracia de AMLO. ¿Y las instituciones? En el carajo al que las envió; después de todo, y en sus propias palabras “no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”.

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Doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su más reciente libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”.

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