¡Bendita sea la serendipia! La Real Academia define dicha palabra como ese “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”. Serendipia es el venerable error que nos permite revelar algo nuevo y maravilloso: el restaurante que nos sorprende después de perdernos a mitad de la ciudad, aquel artista que descubrimos en una estación de radio que normalmente no sintonizamos, la amistad que florece al encontrarnos con alguien nuevo, el principio científico que surge ante nuestros ojos, mientras buscábamos algo completamente distinto.
La penicilina, el colorante malva, los rayos X, la radioactividad, el teflón, el velcro y hasta la Coca-Cola, al igual que muchos otros milagros cotidianos que le dan forma a nuestra realidad, son consecuencia directa de la serendipia, del mismo modo en que lo son tantos romances, amistades, aficiones y mil pequeños detalles que enriquecen la vida de todos los seres humanos.
Por ello, ante los recientes y dramáticos cambios en la forma en que creamos, consumimos y entendemos al mundo, vale la pena dar un paso atrás y reflexionar acerca del impacto que ya tienen en nuestros espacios de serendipia los avances tecnológicos como la inteligencia artificial, el aprendizaje automatizado o el internet de las cosas. Y no todo es bueno.
¿Por qué? Los algoritmos están en serio riesgo de ser demasiado eficientes; eliminan cada vez más incertidumbres, malestares y riesgos cotidianos, pero junto con ellos arrasan también con las oportunidades para los errores afortunados. Después de todo, las serendipias son resultado de un riesgo, nos encontramos con ellas cuando salimos de nuestra burbuja de protección, cuando vamos más allá de aquellos que conocemos plenamente, cuando nos aventuramos en lo desconocido.
Ahora bien, esa aventura implica riesgos. Del mismo modo en que nos toparemos con mil accidentes felices -como los llamaría Bob Ross- también nos toparemos con mil errores molestos, trágicos y hasta peligrosos; por cada mágico restaurantito acogedor que descubramos, habrá algún otro que resulte una absoluta decepción -o incluso un malestar estomacal; por cada invento descubierto accidentalmente, habrá al menos un par de otros inventores que encontraron cosas inútiles o, peor aún, peligrosas.
La incertidumbre es la madre de la serendipia, y no es una madre fácil de tratar. Es incómoda, atemorizante y hasta -muy literalmente- dolorosa; y también puede ser “ineficiente”. Ahí es donde entra el gran riesgo de muerte para la serendipia: las nuevas tecnologías están diseñadas para ser tan eficientes como sea posible e ir directo al punto, haciendo exactamente aquello que se les ordena, y nada más.
Desde el primer Homo hábilis que usó herramientas, hasta el Homo TikToker de la actualidad, el objetivo es el mismo: hacer las cosas más fáciles, y las nuevas tecnologías son mucho más eficientes a la hora de ser eficientes; mapas hay desde hace miles de años, pero hasta hace una década, por más detallada que fuera nuestra ruta anotada en una servilleta o nuestra recién comprada Guía Roji, la velocidad de actualización era anual -si acaso- y estaba sujeta a toda una serie de cambios editoriales. Hoy, por el contrario, Google Maps, Waze, y otras aplicaciones similares están actualizadas incluso en tiempo real, y te indican exactamente a dónde tienes que ir, ajustando la ruta mientras vas en camino. Perderse es mucho más difícil que antes, y eso en sí mismo es una maravilla. Sí, lo reconozco. Es genial vivir en la Ciudad de México y no tener que aprenderse en ninguna calle, porque el coche te dice exactamente a dónde ir.
¿Cuál es el problema entonces?
Primero, que inevitablemente nos volvemos perezosos a la hora de observar el entorno; si ya tienes quien te diga las indicaciones en tiempo real, no hay ningún incentivo para realmente observar las calles y darte cuenta de lo que existe en sus banquetas, sus esquinas, sus negocios, vida y gente. No es que hoy haya menos por descubrir, es que ya no nos molestamos en intentarlo, la aplicación nos lleva a donde queremos ir, exactamente a donde queremos ir y únicamente a donde queremos ir.
¿Por qué esto es un problema? Porque reduce nuestra realidad, y lo mismo, toda proporción guardada, hacen el resto de los algoritmos en otras facetas de nuestra vida: Spotify nos pone la música que cree que queremos escuchar, y nada más; YouTube pone los videos que cree que queremos ver, y nada más; Netflix nos sugiere las películas en streaming, etcétera.
La consecuencia es que el mundo en que vivimos se vuelve cada vez más pequeño y aislado de los mundos en que habitan los demás, pues esos mundos se dibujan con base en el nicho particular al que nos arroja una serie de algoritmos de los que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Sucede incluso con nuestros vecinos o familia: aunque físicamente estén a nuestro lado, el contenido que consumen, su mundo, es cada vez más distinto del nuestro.
Mientras tanto, todo lo que no queda iluminado a la luz del resultado de nuestro algoritmo personal se vuelve casi invisible, no solo en el entretenimiento o el turismo, sino en el hogar, vestido y sustento.
Piense, por ejemplo, en el ámbito de los recursos humanos: los viejos currículums, ciertamente eran aburridos y redundantes; este problema se resolvió tercerizándole la lectura de esas hojas de vida a novedosos mecanismos automatizados. Ahora, las personas deben ajustarse al lenguaje del algoritmo, inundando su currículum con palabras clave, que en realidad pudieran tener muy poca relevancia para el trabajo en sí. El medio (procesar hojas de vida por medio de un algoritmo) se convierte en prioridad, mientras que la finalidad original (conseguir a la persona correcta para el trabajo correcto) se vuelve secundario. Las personas recurren a Chat GPT u otro servicio similar para que les redacte un currículum a gusto de los sistemas automatizados de RR. HH., y la interacción humana es reemplazada, muy literalmente, por un diálogo de inteligencias artificiales.
Una historia similar ocurre con los préstamos bancarios, las solicitudes de beca y muchas otras encrucijadas de nuestra vida. Los que se ajustan a las reglas del algoritmo, avanzan; los que no, desaparecen. Y no podemos simplemente eliminar esas “inteligencias artificiales”, son muy eficientes, son muy cómodas, no podemos volver atrás. Necesitamos encontrar la forma de aprovecharlas, sin que reduzcan nuestro mundo y eliminen los espacios para las serendipias, que le dan luz y potencia al futuro.
¿Cómo resolver este dilema?
Ya que buena parte de los momentos naturales para la serendipia han sido evaporados por la eficiencia y la conveniencia de las nuevas tecnologías, necesitamos hacer un esfuerzo consciente para proteger la serendipia en nuestras vidas. Ello implica hacer una elección contraintuitiva para optar por la incertidumbre; literalmente salirnos del mapa de vez en cuando, para encontrar aquellos accidentes afortunados que enriquezcan nuestra experiencia de vida.
Además, es importante ser conscientes de que la realidad que observamos es la de nuestra burbuja, y no confundir aquello que nosotros experimentamos con la experiencia general. Siempre se supo que cada cabeza es un mundo y esa sabiduría popular es hoy mucho más relevante que en cualquier otro momento de la historia.
Urge entender que nuestras opiniones, ideologías, percepciones y fenómenos culturales son y serán estrictamente nuestros. Ello ya está a la vista, particularmente en el caso de las clases altas, que pueden permitirse el pagar por más plataformas, que personalicen su experiencia de entretenimiento, trabajo y consumo.
Finalmente, es necesario, tanto desde las empresas como en el sector público, hacer un esfuerzo activo para alimentar la serendipia en nuestros procesos, particularmente a la hora de tomar decisiones respecto al personal a contratar, las becas a entregar, los créditos y a apoyos a definir, conscientes de que sí, el algoritmo es efectivo, barato, fácil y rápido, pero no por ello es perfecto. Incluso en su relativa delicadeza matemática, cualquier herramienta de inteligencia artificial está limitada a procesar el mundo a partir de las reglas e insumos que la alimentan, los cuales jamás podrán ser tan complejos ni tan completos como el mundo real a nuestro alrededor.
Durante cientos de miles de años, la serendipia fue el inesperado rostro amable de la inevitable incertidumbre. Hoy, la nueva historia es distinta, la serendipia se ha convertido en algo que ya no podemos esperar sentados, tenemos que salir a buscarla; y con un poco de suerte, la encontraremos.
* Doctor en Derecho, profesor, escritor y consultor político. Su nuevo libro es "La forma del futuro: del metaverso y los macrodatos, a la civilización de la soledad y las nuevas lealtades".