Señor Doctor Enrique Graue, rector de nuestra Universidad.
Estimados miembros del presídium, colegas, amigos y amigas.
Antes que nada quiero agradecer el enorme privilegio y responsabilidad que significa el hacer uso de la palabra en representación de quienes son galardonados en esta ceremonia. Ruego a ustedes su comprensión por si estas líneas no traducen el honor del reconocimiento.
Desde la primera vez que llegué a este campus universitario en el año de 1964, desee que a partir de ahí mi vida quedara irremisiblemente ligada a este espacio y a esta maravillosa Institución.
Han pasado ya más de 50 años desde entonces y en ese tiempo, mi vida y la de todos nosotros se ha transformado, no sólo porque hemos pasado de ser jóvenes y hemos arribado con pérdidas y ganancias a lo que pretenciosamente llamamos la edad de la razón.
Dejamos la condición de estudiantes, pero nunca hemos dejado de aprender, sólo que hoy tenemos la osadía yo no diría de enseñar sino de compartir con las nuevas generaciones nuestro conocimiento y, sobre todo, nuestras experiencias, con la esperanza de que les sean útiles a ellas y a la comunidad.
Por supuesto que nosotros los de entonces, como dice el lugar común, “ya no somos los mismos” pero al mismo tiempo gracias al espíritu universitario lo seguimos siendo en las ganas de aprender y en la capacidad de asombro ante la vida.
Nos hemos transformado física, emocional e intelectualmente, pero al mirar hacia afuera nos sorprende lo mucho que ha cambiado el mundo también. En pocos periodos de la historia, como en estos 50 años, el mundo ha experimentado tantas transformaciones en tan breve tiempo.
Empiezo por mencionar dos cambios, para mí esenciales y fundamentales que conciernen a la humanidad entera, el más importante y trascendente, que aún está en proceso, es el que ha tenido la lucha feminista en sus diversas expresiones en la sociedad y en la política. Todos hemos sido testigos en estos 50 años de cómo en nuestros salones de clase se comenzó a equilibrar la proporción entre hombres y mujeres, lo cual vino a enriquecer nuestros cursos con el planteamiento de nuevas preguntas y nuevas perspectivas que han nutrido profundamente los debates al mostrarnos otros horizontes y otras vetas que antes soslayábamos.
Esta presencia ha venido a cimbrar toda la estructura de la sociedad pues poco a poco ha conformado cambios también en lo que antes se consideraba unívoco: la estructura familiar. Hoy las familias asumen distintos formatos y son una muestra también de la diversidad y la pluralidad del mundo en que vivimos.
Otro cambio fundamental es la conciencia que, gracias a los avances científicos, tenemos cada vez más de la evidente destrucción que hemos propiciado del medio ambiente y la necesidad de preservarlo. Conciencia que hemos adquirido gracias, entre otros científicos, a un egresado de nuestra Universidad: el doctor Mario Molina.
En el terreno nacional de los cambios políticos y sociales, merece especial atención el que una lucha inicialmente universitaria, al lado de otras Instituciones de Educación Superior, haya marcado en 1968 el fin del antiguo régimen y el inicio de la transformación política.
Esto fue posible gracias a que, como querían sus fundadores, nuestra Universidad no ha sido ajena al pulso y a los sentires del pueblo de México, y junto a él ha logrado con su voluntad y sus luchas estos cambios.
Hay que recordar que muchos de ellos fueron antes anhelos y sueños que se expresaron en nuestras aulas, en nuestros pasillos y en nuestros laboratorios encausados por profesores e investigadores como los que hoy reciben un reconocimiento, quienes al lado de los estudiantes se permitieron pensar que otro México era posible.
Una prueba fehaciente de esto la encontramos en la intensa actividad artística y creativa que ha impulsado nuestra Universidad desde la década de los años 60: Las Artes Visuales, el Teatro, la Literatura, La Música, la Arquitectura anunciaron y expresaron primero que nadie estos anhelos de cambio.
La Universidad desde siempre ha estado a la vanguardia, abriendo sus espacios frente a la intolerancia y el dogmatismo. La cortina de nopal que en su versión política elemental del nacionalismo cultural limitó durante años la vida artística nacional, fue precisamente en este campus donde se derrumbó ante nuestras libertades.
Han sido miles de universitarios los que de distintas formas han contribuido a volver realidad las aspiraciones democráticas de la sociedad mexicana, desde las trincheras de las luchas sociales, hasta la construcción de las grandes Instituciones que hicieron viable una competencia electoral justa y dieron credibilidad a nuestro sistema político.
Como en tantas otras cosas, estos cambios han sido resultado de la voluntad de la sociedad mexicana en su conjunto, con la participación de distinguidos egresados de nuestra Universidad.
Hoy enfrentamos un nuevo reto: la pandemia que desde hace ya más de un año azota a la humanidad entera, que vino a recordarnos la fragilidad de la condición humana y con ello la de todas sus obras. Hoy sabemos que seguimos estando indefensos frente a los embates de la naturaleza que quizá de esa forma nos cobre el daño que le hemos infringido. Por vez primera la humanidad entera ha vivido el acoso de un enemigo silencioso que ha cobrado la vida de millones de personas y ha causado sufrimiento y dolor en muchísimas más.
Si bien es cierto que gracias a la investigación científica parece que hemos encontrado ya algo con que protegernos, todavía no estamos cien por ciento seguros y tendremos que seguir alertas.
A todo ello hay que sumar el que las desigualdades e injusticias del mundo se han hecho más evidentes que nunca y son muchos los que a sus carencias, su pobreza y abandono, agregan hoy su lejano acceso a la esperanza de una vacuna.
Al igual que la fragilidad de la salud, también sabemos de la fragilidad de las instituciones que hemos creado para garantizar el ejercicio de nuestros derechos, que la democracia y las libertades tampoco son algo que hemos ganado para siempre y que también están expuestas a otros avatares, como el autoritarismo y la intolerancia que amenazan su estabilidad y su fortaleza. Debemos recordar que la historia no camina en un solo sentido y que puede volver sobre sus pasos.
Frente a estas circunstancias que debemos reconocer, los retos para la Universidad y los universitarios se acrecientan. Profesores, investigadores, estudiantes, trabajadores debemos estar conscientes de estas fragilidades y estar preparados para defender y fortalecer nuestros avances en todos los terrenos.
Por supuesto que esto no es una experiencia exclusiva de nuestra Universidad y de nuestro país, ha sido universal, cientos de Instituciones académicas similares a la nuestra, miles y miles de profesores, investigadores y estudiantes han trabajado durante estos años para hacer posible este nuevo mundo, que hoy, incluye otros, con las visitas al espacio, a la luna y a Marte.
Tareas desarrolladas cotidianamente en la discreción de un laboratorio o de un cubículo. Reflexiones y sueños compartidos con miles de jóvenes que en su ansiedad por aprender nos lanzan día a día nuevas preguntas y nuevos retos a quienes somos sus profesores, que al ser contestadas van abriendo brecha en el campo del conocimiento.
La vida universitaria es por antonomasia una obra colectiva en la que cada uno aporta sus conocimientos pero también su ignorancia, exigiendo respuestas a sus dudas y cuestionamientos.
El papel del maestro se vuelve cada día así más importante. La pandemia nos obligó a adoptar nuevos procedimientos de enseñanza, todos nos volvimos novatos y aprendices de las herramientas tecnológicas; para el proceso de enseñanza-aprendizaje, la esencia de la tarea de educar y de cuestionar sigue siendo la misma.
Por supuesto que el contacto humano ha ratificado su valor, pero mientras haya alguien que tenga una pregunta y haya alguien dispuesto a intentar responderla, la transmisión del conocimiento continuará viva y seguirá siendo una tarea esencial para la sobrevivencia del género humano.
Como profesores e investigadores tenemos la obligación de no sólo transmitir la información y la memoria del conocimiento a las nuevas generaciones, sino también y sobre todas las cosas de hacer consientes a los alumnos de los valores y principios que han presidido esta actividad a lo largo de los siglos, pues no sólo es el deseo o el anhelo del conocimiento lo que lo enmarca, sino los códigos éticos y cívicos que lo hacen posible.
En este orden de cosas, nuestra Universidad tiene en sus manos un instrumento esencial que es la Autonomía Universitaria, conquista ganada hace casi 100 años y que ha permitido a nuestra institución navegar libremente en un mundo en donde la intolerancia de los intereses económicos y del poder político constituye una amenaza permanente.
En la ya célebre polémica entre los maestros Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano se consolidó uno de los valores esenciales de nuestra Universidad: la libertad de cátedra, la que plantea la posibilidad de que cada uno de nosotros pueda expresar libremente sus ideas acerca de los temas que nos conciernen sin ataduras de ideologías, prejuicios y valores preestablecidos.
Si bien es cierto que la universidad se debe a la sociedad y es ante ella que debe rendir cuentas y a quien debe servir, la Universidad no puede reconocer a un sector particular de ella, el derecho de apropiarse de la representación de toda.
El conocimiento científico nos permite afirmar que categorías como pueblo y sociedad en abstracto esconden un hecho fundamental y es que ambas están divididas por intereses legítimos en grupos, por clases, creencias religiosas, nacionalismos, etcétera.
Por lo tanto, la Universidad tiene como base esencial la existencia de la diferencia, de la pluralidad que se reflejan en la diversidad de puntos de vista sobre las realidades que enfrentamos.
En 1968, a final de una de las manifestaciones el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra, lanzó una consigna que hoy vuelve a cobrar sentido: “Viva la discrepancia porque es el espíritu de la Universidad”.
Esta frase resume de alguna manera el espíritu que se encuentra en cada uno de los diálogos y discusiones que tienen lugar cotidianamente en nuestras aulas y en nuestros laboratorios. De opiniones diversas y contradictorias está constituido el conocimiento científico; sin ellas no habría avance. No podemos conformarnos con someternos a dogmas impuestos por instancias ajenas: religiosas, políticas, económicas, etcétera, para resolver nuestras dudas e incertidumbres. Ello sería traicionar la razón histórica de nuestra existencia.
Muchas gracias
Ciudad Universitaria
(Palabras pronunciadas con motivo del Día del Maestro en la UNAM el 17 de mayo.)