Es viernes por la noche, en el escenario Marc Anthony se entrega al público reunido en un Palacio de los Deportes abarrotado con personas que, con la luz del celular encendida a manera de luciérnaga, le rinde homenaje a su talento. Él, pequeño de estatura, delgado y con lentes oscuros, llena el escenario y se hace enorme con sus canciones, su música y su interpretación, en especial la más famosa: “Vivir mi vida”, cuya letra, en realidad nunca había escuchado con atención y representa toda una filosofía de vida. “Voy a reír, voy a bailar/ Vivir mi vida, la la la la”, coreábamos, mientras bailábamos de pie con los brazos levantados movidos por la magia del ritmo.
Hace mucho que no iba a un concierto de esta magnitud. Qué buena experiencia. La energía de gozo y el disfrute del momento presente era contagioso, aun así, todo se desarrollaba dentro de un orden y respeto sorprendentes. Ese entusiasmo devenía en la sensación de estar conectados a algo que hace que la vida valga la pena de ser vivida. ¡Cuánta falta nos hacen esos momentos, caray! Agradecí a mis amigos haberme invitado y a Marc Anthony la capacidad de generar tal alegría en las personas, como una manera de apapachar y sanar al mundo.
Dentro de ese marco festivo, llamó mi atención la pareja de amigos que nos acompañaba. Vestía de manera moderna, novios enamorados, lo que no tendría nada de peculiar, con excepción de que ambos están en sus ochenta y que, con toda la actitud del goce, se unían a la expresión de la energía colectiva y, de alguna manera, se volvían jóvenes. Extrañé a mi esposo y me di cuenta de que, en verdad, el amor es lo que mueve al mundo. “Voy a vivir el momento/ Para entender el destino/ Voy a escuchar en silencio/ Para encontrar el camino”, escuchábamos a Marc Anthony mientras soltábamos el cuerpo y afirmábamos la letra con el alma, convencidos de que hay cosas buenas y esperanza en el mundo, a pesar de lo que el mundo sufre.
Mientras coreábamos recordé que, cuando el amor llega, nos parece que despertamos a aquello que estaba dormido, latente en nosotros. La edad se olvida, el brillo en los ojos regresa y el deseo de ser y mostrar lo mejor nos domina; así como nos asaltan la sonrisa y las ganas de bailar salsa. ¡Qué regalo!
Por eso, ninguna otra experiencia humana en común nos hace sentir tan plenos como cuando llega el amor verdadero. Gozo, en el sentido más completo de la palabra. “Vive, sigue/ Siempre pa’lante no mires pa’tras/ ¡Eso mi gente!/ La vida es una”, se escuchaba de fondo mientras eso pensaba. Sí, la vida es una. Al ver a esta pareja inmersa en la energía de la música me percaté de que el alma y el cuerpo trascienden el placer físico, las personalidades, las apariencias, el tiempo y la distancia.
Tres elementos esenciales para una vida plena que habríamos de cultivar a cualquier edad son: el amor, el gozo y la música. La combinación nos daría como resultado estar más sanos, fuertes y felices.
Cuando alguien llega a nuestra vida y sentimos que ésa es la persona indicada, nuestra “otra mitad”, se produce una adivinación recíproca. Surge una nueva forma de sentir y soñar, que pareciera haber estado reservada para ser descubierta en conjunto. La identidad, femineidad o masculinidad, emergen como nunca, es algo muy fuerte y al mismo tiempo muy frágil que busca fundirse con el otro.
“Voy a reír, voy a bailar/ Pa qué llorar, pa qué sufrir/ Empieza a soñar, a reír”. Sí, la actitud y la apertura para aprender más sobre el amor aun a los ochenta años, sin esperar a que éste llegue o se conserve por sí mismo, son lo que nos ayuda a ser genuinamente personas más dignas de ser amadas. Y, finalmente, esto es lo que nos hace ser más felices.