El año en que el huracán Wilma le pegó a Cancún, la destrucción causada por las 70 horas de viento fuerte y continuo fue de proporciones épicas. Corría 2005, dos días después, tan pronto el aeropuerto abrió, Pablo González Carbonell, mi esposo, llegó para reunirse con sus colaboradores. Él recuerda estar parado frente a ellos y ver en sus ojos la desesperanza, el temor, la incertidumbre del futuro, como si el mundo se les hubiera terminado.
Lo primero que dijo fue: “Todo va a estar bien”. Antes que nada, mantendrán su empleo. Después, nos organizaremos en brigadas para ir a limpiar la casa de cada uno de ustedes. Una vez terminada la tarea, limpiaremos nuestro lugar de trabajo. Nunca lo olvidaron.
En 2019, en una convención de turismo, nuestro buen amigo John McCarthy entrevistó a Pablo acerca de los retos económicos, desastres naturales y altibajos políticos que la industria había enfrentado. Nunca imaginaron, ninguno de nosotros lo hizo, que los sucesos anteriores no serían nada en comparación con lo que acontecería en 2020 y 2021: el Covid.
Durante ese tiempo, Pablo se rehusó a despedir a un solo empleado, incluso utilizó fondos personales para asegurar el salario de cada uno. Sin embargo, al iniciar el encierro, Pablo estaba por enfrentar su mayor batalla: el cáncer. Por haber sido siempre un hombre fuerte y sano, para la gente a su alrededor era impensable que esto sucediera, algo por completo inesperado.
Al ser alguien a quien le gusta tener cada aspecto de su vida bajo control, el cáncer ha sido su maestro más duro. Pero la actitud con la que Pablo ha encarado este gran reto me admira sobremanera. Después de dos años de pelear contra él, mi esposo ha experimentado cada una de las etapas que conlleva: ha ido del shock a la negación, el enojo y el duelo, para llegar, finalmente, a la sabia etapa de la aceptación.
El cáncer nos ha enseñado los valores verdaderamente importantes: el amor, la familia, la compasión, la resiliencia, la amistad y, sobre todo, la paciencia y la fe.
Creo fielmente que nuestras relaciones definen nuestro nivel de felicidad, en especial con nuestra pareja. Me da orgullo decir que hemos estado felizmente casados durante 50 años, y no lo digo de manera superficial, sino a pesar de las altas y bajas que toda unión enfrenta al transcurrir el tiempo.
En la familia, Pablo es como el paraguas que acoge a los demás: a sus papás —que ya fallecieron—, hermanas, hijos y nietos. Bajo su protección nos sentimos a salvo, amados y apoyados en el más amplio sentido.
Llevamos un mes y medio en la Clínica Mayo, recibiendo un nuevo tratamiento para Pablo. Durante nuestra larga estancia rentamos un apartamento cerca de ella. “Ah, cómo me choca verme caminar como viejito”, refunfuñó un día al verse reflejado en el espejo del pasillo. Paola, mi hija, de inmediato le dijo: “Ay papá, si ese espejo pudiera reflejar la enorme luz que hay en tu interior, no lo creerías”. Y es cierto, como líder, como esposo, como padre, es un gran faro que ilumina todo a su paso.
Así como fue después del huracán Wilma, ahora Pablo ve en nuestros ojos incertidumbre y temor. Pero con lo fuerte que es, pronto escucharemos su voz que nos dice: “Todo va a estar bien”.
Pablo recibió este 18 de mayo el Lifetime Achievement Award, otorgado por Hotel Opportunities Latin America (HOLA) líderes en la industria de turismo, en su convención realizada en Miami, Florida. Mismo que fui a recibir llena de orgullo y gratitud.
“Todo va a estar bien”
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