La mirada irradia paz, gozo y transmite la sensación de estar a gusto dentro de sí misma. ¿Conoces a una persona así? A través de esos ojos retomamos el valor de las cosas simples, el aprecio de una amistad, de una mesa compartida o sentimos gratitud por estar vivos. En su presencia te das cuenta de que ese gozo profundo no es superficial ni un sentimiento pasajero, sino una postura, una actitud, una manera de enfrentar la vida que anhelamos obtener.

Lo anterior no significa que sean personas perfectas o santas. Por el contrario, son personas normales que —como todas— han pasado por tiempos difíciles y se han equivocado. Sin embargo, viven contentas, comprometidas con su familia, una causa, una ideología o una comunidad. Uno se pregunta: ¿qué, cómo, por qué, dónde alimentan ese gozo profundo de vivir? Resulta que ese tipo de personas ya han escalado la segunda montaña de la vida.

¿A qué me refiero? Me gusta mucho el concepto que el escritor americano David Brooks plantea en su libro The Second Mountain. En él describe la vida como dos montañas que recorrer. En la primera, sales de la escuela, cursas una carrera o inicias una familia e identificas la montaña que la sociedad te exige escalar: ser un doctor, comunicadora, persona de negocios. En esa primera montaña, nos dice Brooks, todos tenemos que llevar a cabo ciertas tareas; cultivar talentos, construir un ego seguro e intentar dejar una huella en el mundo. Durante esta etapa la prioridad es obtener éxito, cierta reputación, tener una casa digna, una familia, amigos, poder vacacionar, ser incluido en determinados círculos sociales y demás.

Hasta que algo sucede.

Algo en la vida te lleva a darte cuenta de que haber escalado con dificultad esa montaña, casi con las cuatro extremidades, no lo es todo. En la cima te das cuenta de que la promesa de felicidad simplemente es una falacia. “¿Acaso esto es todo lo que hay?”, te preguntas.

Es así que o bien desciendes al valle de forma voluntaria en busca de otro tipo de montaña, o bien, la montaña te arroja por motivos inesperados: la muerte de un ser querido, el susto de una enfermedad, un fracaso, la lucha contra una adicción, la pérdida de trabajo, de reputación o de la familia, en fin. Cualquiera que sea la causa, el hecho es que bajas como si te lanzaras por una gran resbaladilla. Lo cual, por cierto, puede suceder a cualquier edad.

Una vez instalado en la confusión o en el sufrimiento del valle, todo depende de la manera de reaccionar y la actitud que se tenga para encontrar el acceso a la segunda montaña. Es decir, o te retraes y aferras al resentimiento, a la negatividad y tu vida se vuelve más pequeña y solitaria, para vivir en un eterno berrinche de algo vivido tiempo atrás y así perder el respeto que te mereces; o bien, ese sufrimiento interrumpe la superficialidad en la que vivías y te hace ver y descubrir otra parte de ti, más profunda, más sensata, que anhela trascender y vivir sus propios valores.

Las personas que crecen ante estas circunstancias se dan cuenta de que los deseos del ego (dinero, fama, poder) nunca satisfarán las regiones profundas recién descubiertas, por lo que los dejan morir. Descubren que hay otra montaña, su montaña, en la que viven la etapa más generosa, auténtica y gustosa de su vida. Entonces dedican su energía a ayudar a los demás, a que sus empresas llenen de sentido a sus empleados, no sólo a cobrar un sueldo.

En resumen: la primera montaña es para acumular y la segunda para dar y contribuir. ¿En qué montaña te encuentras?

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