Me detuve frente a un cuadro de la exposición en LagoAlgo, dentro del Bosque de Chapultepec. No sabía si se trataba de una burla, de un espejo distorsionado de la obra icónica de Henri Matisse La danza, con bailarines estilizados que se mueven en armonía tomados de las manos sobre un fondo azul intenso.

A diferencia de la obra de Matisse, el artista contemporáneo Simon Fujiwara quien, me entero, ha expuesto en los principales museos del mundo, representó a los bailarines con su personaje característico, llamado Who the Bear, caricatura que no tiene rostro, género ni identidad, por medio de la cual exhibe de manera provocativa e irónica los temas del mundo actual. En esta versión de La danza, los cinco bailarines tienen cada cual un celular en la mano y cada uno lleva cables colgados, que les impiden lograr una armonía, por lo que trastabillan o se caen.

Hasta hace poco tiempo teníamos tres coordenadas: pasado, presente y futuro. Hoy tenemos que agregar una cuarta: la realidad virtual. Caer en manos de los algoritmos es caer en un hoyo negro que nos succiona, dentro del cual perdemos la noción del tiempo, el espacio y la realidad.

Sin duda, el celular nos ha hiperconectado con una vida más práctica, eficiente y veloz. Por otro, ha sustituido –por no decir “matado”–, un sinnúmero de cosas, como el teléfono fijo, el reloj, la televisión, la cámara, la radio, el espejo, la linterna, el periódico, las revistas, las agendas de papel, los libros, la calculadora, en fin, muchos artefactos. El riesgo que Fujiwara advierte con su pintura es que el mundo de las pantallas nos deja a la deriva. Dedicarle horas y horas a escrollear las pantallas, adictos a una dopamina barata y en una especie de estado de hipnosis, nos genera un vacío que puede matar la creatividad, el tiempo de atención, la reflexión, la memoria, la comunicación, la introspección, las relaciones e, incluso, la salud.

La cuarta coordenada tiene otra peculiaridad: nos arrebata las otras tres. Nos sustrae del presente y del entorno; nos roba la posibilidad de disfrutar, ver y conversar con quien tenemos en frente; nos hace estar sin estar. Nos desligamos del futuro, porque lo que teníamos como prioridad ¡se nos olvida! Y también nos despoja del pasado, al perder la capacidad de evaluar y analizar la vida para sopesar las decisiones del futuro.

Hoy, como expone Fujiwara en su obra, nos tropezamos. Nos desconectamos de nosotros mismos. Sin armonía interior, podemos pasar horas deleitándonos con lo que los algoritmos detectan que nos encanta consumir. Un día di un par de likes a una foto del espacio y a una frase de Rumi y ahora recibo las fotos del espacio y frases de Rumi más maravillosas que hay. No hay manera de no quedar atrapada. Sin embargo, el malestar de haber perdido el tiempo es el residuo y la cruda que quedan.

¿Será que esta cuarta coordenada nos sirve como escapatoria de la realidad, el estrés, los problemas, así como sirve cualquier otra droga, tal como el alcohol? ¿No sucede de manera semejante con la literatura, el arte y la música, al transportarnos a otros mundos para olvidar un rato la realidad?

Puede ser que la respuesta a las preguntas anteriores sea que sí. Sin embargo, ¿cuál es la singularidad de esta nueva coordenada? Que, como toda droga, nos inmoviliza, nos roba lenta y paulatinamente no sólo la conciencia, sino nuestra disposición para gozar, sentir y experimentar los regalos temporales que esta vida, aquí y ahora, ofrece.

¿Bailamos o tropezamos? ¿Habremos desembocado en este nuevo baile donde tarde o temprano terminaremos por caer?

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