Una mañana, el discípulo fue a ver a su maestro zen:
—Maestro, busco el despertar. Iré a otros monasterios —le comentó—. ¿Me puede indicar una meditación que me ayude?
—Sí, será una simple, pero muy potente —le respondió—. En cualquier situación que te encuentres, siempre di: “Gracias por todo, no hay quejas”.
—¿Es todo? —preguntó el discípulo incrédulo—. ¿No me puede dar otra?
—No. Practícala —el maestro se dio la media vuelta y se fue.
Un año más tarde, se encontraron de nuevo:
—¿Has practicado la meditación que te recomendé? —indagó el maestro.
—Sí, la he repetido muchas veces, pero no funciona. ¡Todavía no estoy despierto! —respondió el discípulo con frustración.
El maestro le contestó sin inmutarse:
—Gracias por todo, no hay quejas.
En ese instante, el discípulo despertó.
Los cuentos zen tienen en común que, por lo general, son secos, los maestros que aparecen en ellos son duros y las historias nos provocan reflexionar. Para nosotros, como en el relato, puede resultar difícil repetir la frase que el maestro pronuncia; en especial, cuando lidiamos con las pérdidas y luchas propias, tanto externas como internas.
Dicen los maestros espirituales que la turbulencia es necesaria para transformar la conciencia, que el sufrimiento es parte esencial del despertar de la vida y que lo que sucede en nuestro entorno es parte inseparable de la existencia y lo necesitamos. Aunque aceptar esa realidad no es fácil.
Tengo un diario en el que, desde su partida, le escribo a Pablo con frecuencia. Me doy cuenta de que la palabra que más escribo es “gracias”. He revivido y valorado cada época y momento, los viajes en pareja y en familia. Si bien, en su cumpleaños 60 le regalé una lista con 100 cosas por las que me sentía agradecida con él y con Dios, hoy puedo decir que se puede reducir a una sola: el gran amor que nos teníamos. Me doy cuenta de que este ingrediente con todo, y a pesar de todo, facilitaba pronunciar la frase del maestro. Sin embargo, su ausencia dificulta esa tarea.
Pero la vida es muy sabia y necesitamos de la turbulencia para despertar. Tal vez, es nada más por contraste que apreciamos las cosas, como sucede con la trama de una novela o una película buena. Sólo cuando algo sale mal, cuando el desafío aparece, es que se vuelve interesante y el personaje crece, aprende y se transforma. Como espectadores, esa travesía nos sirve de espejo. Pero si todo está bien en la trama, el personaje está muy cómodo y no se desarrolla, lo más probable es que la historia, al no haber conflicto, se torne aburrida y la abandonemos.
Somos los personajes de nuestra propia película. Cuando los retos aparecen, solemos no entenderlos. Es entonces cuando pronunciar la frase del maestro se vuelve más difícil, sin embargo, es también cuando cobra sentido. Con frecuencia, la comprensión ocurre una vez pasada la crisis. Y, si el ego lo permite, nos encontraremos con la mirada del alma y lograremos reconocer las lecciones que venimos a aprender. Agradecer sin quejas significa aceptar y abrazar cada incidente como si lo hubiéramos elegido, aún las experiencias dolorosas, o difíciles de digerir. Con el paso del tiempo, espero voltear hacia atrás y percatarme de que, gracias a esas experiencias, crecí y con ellas se perfiló una mejor versión de mi propio personaje.
Mientras tanto, decido ver y apreciar todas las razones en mi entorno –que son muchas– para expresar desde el corazón la frase: “Gracias por todo, no hay quejas”.
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