Los sábados al amanecer, salía con mi esposo a cabalgar al campo. Había un momento en que Pablo, sin ser consciente, inhalaba y exhalaba con un profundo suspiro: “aaahhhhh”. Me di cuenta de que era un acto que repetía, en cada ocasión, como a los diez minutos de haber salido. Un día se lo hice notar. Y con una sonrisa me contestó: “La paz que esto me da, no se compara con nada”.
Sentí perfectamente a qué se refería. Ignoro si su sensación se debía al hecho de ir sobre el caballo y transferirle ese peso que, durante la semana, cargamos en el inconsciente. O si el sentimiento de liberación emanaba del silencio del bosque que solíamos visitar, el aire limpio, el contacto con la naturaleza, el cielo azul que en la ciudad no notamos o a todo ello en conjunto.
Lo que es un hecho, es que la respiración va unida al sentir. Y “Nada que no ocurra adentro, podrá ocurrir afuera”, como dice el científico Amit Gozwami. Exhalamos cuando sentimos que el estrés –real o imaginario– ya pasó, terminó, se fue o le dimos solución. El alivio llega desde el fondo. En cambio, basta traer en la mente un asunto que nos causa tensión, para sostener el aire y sentir la asfixia. Solemos ignorar la increíble conexión de nuestro cuerpo con el mundo.
Respirar es la auténtica fuerza de vida, es el gran ecualizador. Observa: el quejoso nunca exhala, sopla y resopla. El enojado inhala para tomar más fuerza y llenarse de sí mismo. El que se encuentra incómodo respira sin ritmo.
Cuando la respiración se vuelve casi imperceptible, se corresponde con la quietud mental. Si bien, inhalamos y exhalamos de manera inconsciente, no podemos esperar hasta que la vida entera se resuelva para, entonces sí, exhalar un suspiro libre, gozoso y profundo: aaaaaahhhh.
Entre más cargamos, menos respiramos. Sin embargo, a veces el peso no está en lo que se carga, sino en cómo se lleva la carga. Cada vez que exhalamos, el cuerpo manifiesta alivio. De ahí, el engaño de ese “alivio” que proporciona fumar y darle el golpe de manera profunda al tabaco. Es un alivio que mata. Pero ése es otro tema.
El estrés surge en la mente. Así que el cuerpo sólo puede relajarse una vez que la mente lo logra. La respiración nos da calma en el caos. Y con la exhalación se cumple el ciclo de rendirnos, morir, soltar, para tomar fuerza de nuevo y renacer.
Exhalar desintoxica, no sólo el cuerpo, sino también el alma. Nos equilibra, centra y devuelve la paz. Sólo al exhalar la vida se vuelve llevadera. Sin embargo, es algo de lo que no somos conscientes. ¿Te das cuenta de qué, con quién, cuándo y por qué exhalas a lo largo del día?
Las preguntas son: “¿Cómo exhalar en medio de los retos cotidianos? ¿Se puede hacer en medio de la tormenta, el agobio y el dolor? Sí, es cuestión de consciencia y se logra de manera intencional. En el pasado y en el futuro el aire se enrarece. Por lo que el secreto se encuentra en traer la atención al presente. La única realidad, aquí y ahora, donde se encuentra la paz.
“Nada que no ocurra en el adentro, podrá ocurrir en el afuera.” Cuando regresamos a casa por la vía la respiración, nos damos cuenta de que tenemos más de lo que necesitamos para ser felices. Cambiar de un pensamiento a otro es suficiente para transformar, no sólo toda la bioquímica de nuestro cuerpo, sino también nuestra percepción de la vida.
Quizá por eso elegimos los pasatiempos como montar sobre un caballo, para exhalar, aquietar la mente, conectarnos con nosotros mismos y permitir que el alma se exprese.
Exhala. ¿Te has percatado de cuándo o con quién surge desde el interior?
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